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8 de Enero del 2004

Historias de mi barrio

Luz de guitarras

La noticia le llegó cuando estaba, como siempre, borracho en el taller. Cuatro palabras certeras, disparadas por no recordaba quién: "Tu hijo ha muerto".

Después llegaron las explicaciones: un accidente de tráfico, volviendo de Madrid; y un aviso: no vayas al funeral.

Él fabricaba guitarras, como lo había hecho su padre. Por las mañanas trabajaba en el taller sin un minuto de descanso; por las tardes solían visitarle viejos clientes y amigos para tocar con él en la trastienda. Por la entreabierta puerta desvencijada salían acordes, palmas y cantos alegres. El niño estaba siempre con él desde que nació. Aprendió a tocar desde muy pequeño, y su padre le prometió que, cuando fuera mayor, haría para él la mejor guitarra que pudiera soñar.

Unos años después murió su mujer. El viejo luthier se hundió en la tristeza y empezó a beber. Ya no bajaba al taller sino para abrir una botella más. Las discusiones y los gritos eran cada vez peores. Un lunes de Enero su hijo le reprochó en qué se había convertido y él, furioso y avergonzado, lo echó de casa.

Pasaron muchos años sin verse. Alguna vez cruzaron por teléfono algunas palabras frías. Supo por su otro hijo que se había casado, que tocaba la guitarra en nosedónde, que había tenido hijos. Le daba igual, ahogado como estaba en licor.

El día que supo de la muerte de su hijo no lloró. Se levantó, amargamente sobrio; encendió el fuego que servía para moldear la madera y empezó a trabajar. Había recordado aquella vieja promesa. Tras un día y una noche sin descanso tuvo en sus manos la guitarra más hermosa que manos humanas hayan construido jamás. Sin esperar ni un instante subió a un taxi en dirección al cementerio.

Llegó cuando la misa por su hijo ya terminaba. Todos los ojos se volvieron hacia él, cansado, ojeroso, cubierto de hollín y oliendo a madera, licor y barniz. Alguien se disponía a levantarse para echar al viejo borracho cuando tomó la guitarra entre sus brazos y empezó a tocar.

Cada nota, cada acorde era tristeza, llanto y dolor; la canción era la lluvia besando la tierra y el viento abrazando a la lluvia, y también era luz y olor a mar. Tenía algo de nostalgia, melancolía y ausencia. La gente contuvo el aliento durante algunos minutos, sobrecogida. Terminó de tocar y nadie se atrevió a levantarse, a decir nada; ni siquiera el cura fue capaz de detener al viejo luthier, que caminó tranquilo hasta el ataúd, lo abrió y colocó la guitarra entre los brazos de su hijo.

-Mal y tarde estoy cumpliendo mi promesa.

Sólo entonces lloró, y fue un llanto silencioso; permaneció unos segundos mirando el blanco rostro, le besó en la frente y se marchó sin más.

La misa acabó; el hijo del luthier fue enterrado y olvidado. Pero siempre quedó en el aire el eco de aquella canción que consumaba la promesa hecha a un niño; siempre iluminó la pequeña iglesia del cementerio una suave luz de guitarras.

Éste es el taller del luthier de mi barrio. Él es el canoso que está tras la señora del perro. Si le saco una foto más de cerca, probablemente el viejo gruñón me regañe.
Luthier.jpg

Dicho por Santo at 8 de Enero 2004 a las 12:39 PM

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Comentarios: Historias de mi barrio

Sencillamente, he quedado impresionado. Una hermosa historia sobre la estupidez humana. Y qué bien contada.

Escrito por Areté a las 8 de Enero 2004 a las 12:48 PM

me han hecho lagrimear tus historias Antonio.
un abrazo como los q me gusta darle a la gente q abraza como me gusta.
pia

Escrito por pia a las 19 de Septiembre 2010 a las 07:14 PM
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