« Mayo 2004 | Main | Julio 2004 »
25 de Junio del 2004
Arabismo
Me encuentro enfrascado en la redacción de una biografía de Ibn al-Jatib, polígrafo, literato, médico, científico y político de la Granada nazarí durante el siglo XIV. Estoy empezando a liarme con los nombres árabes, pero si fui capaz de leerme y entender el Silmarillion, no podrá conmigo la historia de Al-Andalus. Cuando lo acabe lo colgaré por aquí, por si a alguien le interesara.
Uno de los nombres de Dios: As Salam, el Dador de Paz.
Posted by Santo at 7:06 PM | Comments (7)
23 de Junio del 2004
Declaración de intenciones
Delirioblog cierra. He aquí nuestros motivos.
Posted by Santo at 10:32 PM
21 de Junio del 2004
La V Columna, en la red
La V Columna ya tiene sus canciones en la red:
(Enlaces de eMule)
¿Quiere escuchar al Santo cantando con su grupo? ¡No se lo pierda, señora!
Posted by Santo at 11:50 PM | Comments (5)
16 de Junio del 2004
Enjambre
-El dolor es una sensación de infinitos matices. Desde una ligera punzada purpúrea en los labios hasta un eléctrico golpe que bloquea todo el cuerpo. Una sublime expresión del poder de la divinidad. Dolor.
Silencio. Humo rojo y gris. Hierro y fuego.
-La anatomía humana es fascinante, ¿sabes? Muy resistente a ciertos impulsos, como el miedo, el hambre, el frío. Y deliciosamente sensible a otros. Al placer, por ejemplo. Hay puntos en el cuerpo que no conocéis capaces de llevar
al éxtasis con un simple roce - la delicada, blanca mano acaricia un rostro aterrado.
Pasa el índice por sus labios, toma con suavidad la mandíbula y le obliga a
entreabrirla. Besa con lascivia, con lujuria mortal: el rojo beso se convierte en sangre. Lentamente, para darle tiempo a saborear el terrible dolor, le arranca la lengua de un mordisco. Inunda al hombre, desde la garganta hasta llenarle todo el cráneo, la marea eléctrica de la herida. Siente entonces la boca colmada de infinitas e inmundas patas. Trata de gritar, pero el sonido es ahogado por algo infecto que se pasea por su paladar. Una gigantesca escolopendra escapa retorciéndose de sus entrañas; sale de su boca, camina por su pecho y resbala hasta el suelo. Víctima de un terror supremo, el hombre, crucificado en un madero sujeto a la pared, ya ni siquiera intenta gritar. Sólo llora.
El delgado hombre que le mira, con la boca ensangrentada, escupe un trozo
de lengua al fuego.
-Pero, querido mío, la línea que separa el placer del dolor supremo es muy difusa. Y, ¿sabes? A mí no me interesa provocarte placer.
Articula las últimas palabras sílaba a sílaba, con frialdad, sin más expresión en el rostro que una levísima sonrisa.
-Como te decía, vuestra anatomía es sorprendente por su sensibilidad, pero sobre todo por su resistencia - mira el rostro suplicante, lloroso, aterrado . ¿Crees que no puedes sentir más dolor? ¿De verdad piensas que un simple bocado, unos huesos rotos y unos clavos son todo lo que puedes aguantar? Estás muy equivocado. Te voy a demostrar, querido mío, cuánto dolor puedes llegar soportar antes de morir.
Tomó con delicadeza una barra de hierro que descansaba cerca del fuego. Se la mostró, y en un movimiento rápido y sin emoción lanzó un golpe contra el codo derecho del torturado. Sonó un crujido y un grito lastimero. Con otros tres golpes certeros quedó con rodillas y codos quebrados.
-Esto es por comodidad, pequeño. Para que no te muevas demasiado cuando empiece dijo, justo antes de romperle también los hombros.
******
Había entrado en un burdel de mala muerte en un kilómetro perdido de una carretera entre provincias. Olía a orina, alcohol barato y desesperación. Sobre la barra un par de putas bailaban quitándose lentamente la ropa, con cara de aburrimiento y mejor cuerpo que talento para el baile. Una docena de malolientes camioneros y vagabundos babeaba ante el espectáculo. Todos se giraron al ver entrar a aquel señorito de ciudad, trajeado, esbelto, de rostro hermoso. Pronto eligieron ignorarle: debía de ser el último camello que surtía al dueño del local. Pero las chicas no hicieron lo mismo: intuyeron que aquel cliente debía de ser de los buenos y se lanzaron sobre él como las bestias hambrientas que eran. Se sentó en una mesa y se dejó acariciar, ignorándolas, durante un rato. No buscaba sexo. Encendió un cigarro y pidió un whisky que no iba a tocar. La clientela del local, excitada por la carne y la bebida, se ofendió al ver que el recién llegado les privaba del baile para ignorar a las putas. Empezaron a gritarle insultos y bravuconadas. Él sonreía levemente, esperando. Esto era lo que quería.
Pronto uno de ellos, el más grande, el más fuerte, el más estúpido, se dirigió a él. Pedazo de maricón, lo llamó, si no vas a comer, ¿para qué hostias metes la mano en el plato?. La ocurrencia fue coreada a gritos por todos. Él sólo levantó la vista y le miró, sonriendo con rostro inextricable. Deja de mirarme así, hijo de puta... Deja de hacerlo..., decía reculando el gigantesco borracho, asustado por Dios sabe qué. Miró tras su hombro al resto de escoria que le impulsaba a partirle la cara a aquel desgraciado. El dueño del local ya tenía la pistola sobre la mesa para terminar con la pelea cuando fuera el momento. No podía echarse atrás. Se armó de valor, apartó a las putas y lanzó un puñetazo a la cara del hombre que, sentado, le estaba esperando. No supo cómo pudo fallar el golpe. Cuando volvió a mirar el otro estaba en el mismo sitio, pero intacto. Inténtalo otra vez, le dijo con voz melosa. De nuevo falló. Se lanzó sobre él para agarrarle del pecho, romperle el torso, el pescuezo.
Tch, tch. Yo que tú no lo haría.
Con una sola mano, el desconocido detuvo la carrera del hombre agarrándolo por el cuello. Hizo algo de fuerza y se escuchó boquear y sollozar al borracho. Le soltó, y de un puñetazo en la espalda (que pareció lento, suave, e hizo crujir sus huesos horriblemente) lo mandó al suelo. Entonces lo tomó por el pelo y lo arrastró hacia la puerta. Me lo llevo, caballeros. Sobre la mesa les he dejado el importe de la copa. Y propina.
Qué más daba. Cinco minutos después el local ardió hasta los cimientos. Con putas, borrachos y yonkis dentro.
Incendio provocado por accidente o imprudencia, fue el parte policial.
******
Tenía en aquella habitación un horno cuadrado de gran tamaño a la altura de sus rodillas, donde había encendido un fuego suave con brasas y carbones; y sobre él, una rejilla metálica. Levantó al crucificado sin dificultad y lo colocó, aún con la cruz, sobre ella. La carne de su espalda humeó, se cuarteó y reventó en ampollas con sufrimiento indecible al contacto de las lenguas de fuego. Un grito resonó entre las paredes.
-No grites, querido; nadie te oirá desde aquí abajo. Bien, por dónde íbamos... Ah, sí. Por el dolor. Bueno, supongo que nunca te has visto a ti mismo desde fuera. Te voy a dar la oportunidad. Aunque sea sólo de mirar tu pellejo vacío.
Cogió un fino cuchillo, con el que dibujó líneas sobre la torturada piel siguiendo un patrón desconocido. Mientras lo hacía canturreaba una letanía en un idioma que ya era viejo cuando cayó la Primera Ciudad.
-¿Has despellejado alguna vez un conejo? Es fácil. Primero haces incisiones sobre la piel para irla separando de la carne. Así no se partirá cuando la arranque. Después dibujo un círculo con el cuchillo siguiendo las articulaciones de la muñeca y el pie, y meto el filo entre la piel y la carne. Haciendo una ligera palanca, así cada movimiento era coreado por gritos de dolor hago el suficiente espacio para poder meter la mano y ... Tirar.
Había conseguido levantar la piel; ahora tiraba de ella muy lentamente, arrancándola de la carne. Cada centímetro era una eternidad de llanto y dolor. El torturado sentía fuego sobre sí, como si hubieran encendido una tea en su interior y le quemara, le ardiera la sangre por dentro con una llama negra. Al fin llegó al cuello, y de un tirón seco le arrancó también la piel de la cara.
-Oh, mira. La espalda se ha partido. No debí ponerte sobre el fuego. En fin, qué bonita estampa dijo con sarcasmo, sujetando la piel por los hombros para que la viera bien. Después la clavó extendida sobre la pared. Podía ver la mueca grotesca de terror de su propia piel arrancada -. Bien, sigamos. Ahora mismo debes de estar a punto de desmayarte. Que te arranquen la piel es uno de los peores dolores que puedes sufrir, o eso dicen. Pero aún puedes aguantar algo más antes de perder el sentido.
De nuevo cogió el cuchillo, y deslizándolo suavemente por la cara le cortó la nariz, las orejas, los labios. Metió los dedos en su boca y seccionó lo que le quedaba de lengua. Después, uno a uno, le obligó a tragarse cada pedazo de su carne.
Todo se hizo oscuro, y se desvaneció.
******
Hielo, hielo más frío que la muerte sobre la carne; mordisco lento y cruel en la médula, en cada centímetro del cuerpo. Así le dolía el agua ahora como antes le había dañado el fuego. Su torturador le había sumergido en una cuba de agua fría con sal. Después lo levantó y volvió a colocarlo en la cruz sobre la pared.
-Bien, pequeño. Ahora sí puedes decir que conoces el dolor. Pero no te dejaré morir, aún no. Te he dado algo de mi sangre para mantenerte con vida. Podrás resistir aún días sin morir desangrado. Aún te queda sufrimiento, querido mío...
Ante la cruz había un bulto del tamaño de un hombre tapado con un trapo. Quitó la tela. El crucificado pudo verse en la bruñida superficie de un espejo. Sin piel, con los músculos latiendo, ensangrentados y mordidos por la tortura; la cara destruida, sin orejas, nariz ni boca; las articulaciones rotas. Lloró al verse, y las lágrimas también le causaban dolor sobre la cara. Habría pedido la muerte si aún tuviera lengua.
-En fin, querido decía el hombre trajeado, limpiándose las manos con un trapo mientras caminaba lentamente hacia la puerta -. No sé si sabes que la auténtica tortura de la cruz no es sólo el dolor de manos y pies, sino la asfixia. Para poder respirar tienes que apoyar el peso en los clavos, en tus articulaciones rotas, lo que te hará delirar de dolor. Si no lo haces morirás sin aire. Pero el instinto de supervivencia os supera a los humanos: intentarás respirar el máximo tiempo posible. No eres capaz de acortar tu suplicio: no tienes valor ni siquiera para eso. Ah, se me olvidaba dijo, ya desde la puerta-: haberte dado mi sangre ha prolongado tu vida unas horas, pero te hará sentir un hambre atroz dentro de poco, como hasta ahora no habías conocido. Pronto te dominará por completo y te sentirás enloquecer. La Bestia pondrá su mano sobre ti. El tuyo será un final terrible, pequeño: el más terrible que he podido imaginar. Pero piensa al menos - terminó, mientras cerraba tras de sí que estás sirviendo a la Gran Obra. Sin duda es todo un honor.
Quedó solo en medio de total oscuridad y un silencio gris. Entonces los escuchó: desde los rincones de la habitación, miles, millones de patas que se dirigían hacia él; chasquido de pinzas, mandíbulas rezumando veneno. Casi podía sentirlos acercándose, y no podía moverse.
Cada
vez
están
más
cerca
Está rodeado. Sus ojos infinitos brillan en la oscuridad. Le miran. Es su presa. Y entonces, uno a uno, se posan en su carne abierta y empiezan a subir por él, lentamente; cubren sus piernas, su torso, sus brazos, hasta estar completamente cubierto de insectos y veneno y muerte. Seguían subiendo. En la oscuridad, solo, entre un infierno de dolor y locura, el hombre lloró por última vez. Entonces llegaron al rostro; cubrieron sus ojos y llenaron su boca, caminando a través de su garganta hasta sus entrañas. Aún mantuvo la consciencia un rato más, hasta que al fin sus pulmones estuvieron infestados por la plaga y ya no pudo respirar. Con un último suspiro de dolor, todo fue oscuridad para siempre.
Relato ambientado en Vampiro: La Mascarada, para el baali Barzilut Haddad. Málaga, 2003
Posted by Santo at 11:28 PM | Comments (10)
14 de Junio del 2004
MT 1 - Santo 0
Imposible arreglar fallos del nuevo skin. STOP. Santo hasta los huevos. STOP. Solución: volver al skin viejo. STOP. Moraleja: más vale malo conocido.
POSTDATA: Al menos ahora funcionan los comentarios.
Posted by Santo at 6:09 PM | Comments (4)
13 de Junio del 2004
Elecciones europeas
¿Qué hacéis leyendo esto? Id a votar, cabrones. Por lo menos para tener derecho a quejaros del candidato que salga.
Posted by Santo at 8:06 PM | Comments (1)
10 de Junio del 2004
Orden de alejamiento
Rompió el sobre casi con deleite y extrajo la ansiada orden de alejamiento. Después abrió el listín telefónico por la página marcada y tachó un nombre más.
Ella cumplía todos los requisitos; por eso la eligió. Mediana edad, soltera, a cargo de su anciana madre, trabajadora; era de suponer que honrada y virtuosa. Tomó algunas fotos de ella desde la seguridad de su coche y averiguó todos los datos que necesitaba; después, empezó a seguirla.
Al principio no se dejaba ver. Era esa cara extrañamente conocida que te encuentras a menudo en el autobús, en la cola del mercado, en la calle de la peluquería. Después pasó a ser la inquietante presencia detrás de la última esquina, el hombre que siempre está a la salida de tu oficina y recorre el mismo camino que tú. Poco a poco se dejó ver cada vez más, y empezó a seguirla no sólo en la vuelta a casa después del trabajo. Ella se asomaba a la ventana nada más despertarse, y le veía sentado en un banco observándole con unos prismáticos. Fuera a donde fuera el hombre la seguía con descaro, hasta convertirse en la sombra que pisaba su propia sombra.
Una noche, después de meses sin tener una cita, salió a cenar con un hombre. No había visto a su perseguidor en todo el día. Llegó a casa un poco achispada por el vino. Llamó al ascensor; de él salió aquel extraño que no la perdía de vista. Se cruzó con ella casi sin mirarla, con dejadez; se tocó el ala del sombrero y musitó un "buenas noches". Aterrorizada, subió a casa llorando y llamó a la policía para poner la denuncia.
Todo había salido a pedir de boca. El juez había dictado una sentencia clara: orden de alejamiento. Una más. Ya llevaba trescientas sesenta y siete. El hombre se sentó en su butaca satisfecho, encendió un cigarro y buscó otro nombre en el listín telefónico. A este paso, muy pronto tendría una orden de alejamiento de todos y cada uno de los habitantes de la ciudad.
Tal vez entonces conseguiría, de una vez por todas, un poquito de tranquilidad.
Posted by Santo at 1:08 PM | Comments (0)
9 de Junio del 2004
Erratas, fallos y demás ruidos
El cambio de aspecto del blog está casi ultimado; y digo casi, porque los comentarios aún no funcionan todo lo bien que yo querría. Estoy intentando que salgan en un popup, como lo hacían hasta ahora, pero aún no he averiguado cómo. Por otra parte, no sé qué he tocado, que desde hace un rato no aparece el formulario para comentar.
Mis disculpas por todos los fallos que pudiérais encontrar en la web. Poco a poco trataré de solucionarlos. Por favor, si os topáis con algo que no funciona o queréis comentarme algo mientras esté escacharrado, enviadme un email.
Gracias por vuestra paciencia. Creo que los resultados la merecen. :)
Posted by Santo at 7:33 PM | Comments (0)
Cuentacuentos
Cada martes me llevo una sorpresa: llegar a la tetería para hacer el cuentacuentos y encontrarme con que la sala está llena. Y me sorprende porque yo no iría a ver mi propio espectáculo. Ni el de Nacho, claro.
Cuando empecé preparaba y leía los cuentos con días de antelación; pasaba largos ratos releyendo y memorizando cada historia, cada monólogo, practicando gestos y movimientos delante del espejo. Después descubrí que todo eso no hace mucha falta y basta con tomártelo con calma y procurar pasar un rato entretenido. Ahora, en el mejor de los casos, mientras conduzco hasta la tetería hago memoria hasta recordar cinco o seis cuentos. En el peor de los casos improviso.
Me gusta más contar historias que escucharlas. Aparte del exhibicionismo psicológico y el chute de vanidad que supone, te permite mentir sin que nadie cuestione tu palabra y jugar a ser titiritero de hombres. Sin transición ni piedad, un momento les hago reír, y al siguiente arañan un poco la madera de la mesa con mis pesadillas. Después se hace un silencio terrible mientras mi voz desgrana alguna pena cotidiana. Y hasta me permito hacerme pasar por un gran héroe mintiendo como un bellaco.
Con todo y con eso, incluso hay personas que vienen cada semana, ¡sin ser amigos nuestros! Entre ellos un chico al que estamos empezando a meter en el show (cuidado, no te confíes, somos una secta); y una chica que cada día me sorprende más. Cuando yo llego, ella lleva ya un rato sentada en su sitio, que además suele ser el mismo. Leyendo, o escribiendo algo. Escucha todo el espectáculo, y nada más decir "hasta el próximo martes", coge sus cosas y se marcha sin decir nada. ¿Acaso no podría haber también detrás de esto una historia? Ponle una velita a San Cucufato, no vaya a ser que se me ocurra algo...
En fin. No sé si se ha entendido lo que quiero decir. Que muchas gracias. Por venir y eso. El placer siempre, siempre, siempre es mío.
Posted by Santo at 12:43 AM | Comments (8)
2 de Junio del 2004
A dónde
[...]
¿A dónde va la sorpresa casi cotidiana del atardecer?
¿A dónde va el mantel de la mesa, el café de ayer?
¿A dónde van los pequeños terribles encantos que tiene el hogar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y a dónde van?
¿A dónde van?
Silvio Rodríguez
Para todas aquellas mujeres a las que amé
y no me amaron. Tú, por ejemplo.
Sobre todo tú.
¿A dónde van los besos que no he dado,
las promesas de amor que no te he hecho,
las caricias que nunca me han matado,
las sábanas que nunca hemos deshecho?
¿A dónde van las noches que no han sido,
las canciones que no te he dedicado,
el hijo que jamás hemos tenido,
el verbo amar que no hemos conjugado?
¿A dónde van los pálidos recuerdos,
las lágrimas que no hemos compartido,
el secreto que este amor no esconde?
¿A dónde va el derecho de este izquierdo,
el cariño que nunca nos ha unido?
¿A dónde van, a dónde van, a dónde?
Málaga, invierno del 2002
Posted by Santo at 11:30 PM | Comments (6)
1 de Junio del 2004
Cerrado por mudanza
Por mudanza de servidor y exámenes, este blog estará paralizado por un tiempo que espero sea breve.
Perdonen las disculpas.
Posted by Santo at 10:12 AM | Comments (5)