« Diciembre 2003 | Main | Febrero 2004 »
31 de Enero del 2004
El bibliotecario en acción (¡ook!)
La tira que le prometí a Manu (ver tira "Horror cósmico"). Los que no hayan leído ningún libro de la saga Mundodisco no lo entenderán, y además no saben lo que se están perdiendo. Os recomiendo echar un ojo a la mejor página sobre la obra de Terry Prattchet en castellano, La Concha de Gran A´Tuin (que el público argentino no piense mal: Gran A´Tuin es una tortuga). La idea se nos ocurrió a Delirioy a mí (le pido perdón desde aquí... en un principio se me olvidó mencionarla ^^U).
Posted by Santo at 9:24 PM | Comments (6)
Plugins, exámenes y pingüinos
Llegué hace un rato de mi primer examen como universitario, un parcial de Lengua Española I. Salgo bastante contento: lo he hecho lo bastante bien como para sacar más de un notable. Pero algo me reconcome la moral: he hecho exámenes más difíciles en Bachillerato. Y hubo gente que se salió del examen. Y otros que, a la salida, decían que iban a suspender. Una de tres: o soy un genio, o la profesora es una buenaza, o Filología Hispánica es una carrera para tontos (y aún así hay quien suspende).
Por otro lado, me he encontrado en los foros de Zonalibre con un enlace a un tutorial muy curioso. Instalando un plugin de Winamp y añadiendo algún código al blog permite mostrar qué canción estaba sonando en tu ordenador cuando publicaste determinado post. Parece muy fácil pero aún no he conseguido que funcione... Ya veremos. Quiero añadir un pequeño formulario para "suscribirse" al blog, es decir, recibir un email cada vez que se publica algo. Movable Type permite hacer estas monerías, pero ahora tengo que conseguir automatizar el proceso. Por ahora, si alguien quiere que se le notifiquen por email las actualizaciones del blog, que me lo diga (por comentario o por email).
Y por último... No le habléis, no le miréis a los ojos, y sobre todo no juguéis, porque no podréis parar...
Mi record
Posted by Santo at 2:31 PM | Comments (2)
30 de Enero del 2004
Barón de Munchausen
El Barón de Munchausen es un divertido juego para disfrutarlo con buenas cervezas y mejores amigos. Básicamente consiste en improvisar historias sobre la marcha: uno de los participantes debe proponer a otro que cuente una historia que ocurrió en determinadas circunstancias, y éste debe narrarla sin detenerse ni un momento, inventando todo lo que necesite por muy fantástico que sea. Después se verá sometido a una ronda de preguntas para descubrir lagunas o puntos flacos en la historia. Si no se mantiene en pie, la siguiente ronda de cervezas la paga él.
Sirva de ejemplo esta ronda que yo mismo, encarnando el papel del bardo Ainxo de Santú, protagonicé a requerimiento del bueno de sir Arthur Bradwailer. Juro que fue todo improvisado.
Dijo Sir Arthur:
Mis queridos amigos, en estos tiempos salvajes en los que los bárbaros vuelven a abalanzarse sobre Mesopotamia en busca de sus legendarias riquezas. En estos días nefastos en los que un pueblo sin historia se cree con derecho a regir la civilización más antigua del mundo. En estos días, decía, es un raro placer volver a encontrarse con los antiguos amigos: como el afable Ainxo, que en su modestia natural no os ha dicho que se trata del mismísimo Emperador de las tres lunas, tal y como espero que nos aclare algún día.
El barón de Munchausen, viajando a la Luna en una bala de cañón
...A lo que contestó Ainxo:
¡Salud, buenos amigos! El noble sir Arthur se ha referido a mí. Por cierto, le conozco de cuando hace años vencimos juntos en duelo al parchís extremo a la temible pareja formada por el Barón Reitschdem y su mascota, un chimpancé. Pero, por supuesto, no lo recordará, pues en el transcurso de la misma partida bebió un veneno del Barón que le hizo perder la memoria del día pasado y el siguiente: de ahí que tampoco recuerde cómo le salvé la vida. Pero en fin, de desagradecidos está el mundo lleno, dice el refrán. ¿O tal vez sí que lo recuerde, pero se guarda la historia para contárnosla a continuación?
En fin, como decía, mi viejo amigo Sir Arthur ha citado mi cargo (cuyo dudoso honor conseguí devolver debido a cierto escándalo que implicó un chancho, un libro de poesía y una baraja de mus, y que tal vez recuerde alguno de los comensales, pues se comentó mucho en todas partes) como Emperador de las Tres Lunas. Por supuesto que él, como buen amigo mío, ha exagerado sin quererlo la importancia de aquel puesto al decir de mí que lo he ocultado por modestia. Lo cierto es que no soy un hombre modesto; y si creyera que es algo de lo que vanagloriarse ya lo habría hecho. Pero en fin, Arthur me ha puesto en evidencia (me debéis una ronda, viejo), así que contaré la historia.
Resultó, hace ya siete años, que me encontraba de viaje por las hermosas tierras italianas, más concretamente por la ciudad de los canales, Venecia. Los motivos que me impulsaron a viajar aquella ciudad son tan complejos que me llevaría al menos cinco minutos contarlos; y bien sabe Dios que no es por no contarlos, pero contarlos pa ná es tontería, así que mejor los obviamos y pasamos directamente al nudo de mi narración. El caso es que, terminados los asuntos que me llevaron a aquella ciudad, y vacía mi bolsa de forma definitiva, pensé en el hombre más rico de la ciudad, miseñor Baglietti, por aquel entonces el rico propietario de los talleres de cristal de la isla de Murano. Mi intención era evidente: buscar un motivo creíble para desplumarle de forma increíble, y poder volver a mi hogar con más dinero de aquél con el que salí. Así pues, me decidí a hacerlo de la forma que mejor sé: en duelo. Para ello me coloqué bajo el balcón de su hija pequeña, una hermosa flor de dieciséis años, y la comencé a cortejar cantándole lindas canciones de amor por las noches. Lo cierto es que se me resistió: nada menos que diez minutos tardó la jovencita en caer en mis brazos. Convenientemente hice más ruido del debido en la subida, para que me escuchara toda su familia, puesto que yo quería ser sorprendido antes de mancillar la honra de la señorita, más que nada para no hacerle la puñeta. Por desgracia el padre resultó ser sordo de una oreja, con lo que además de subir haciendo ruido tuve que hacerle el amor con pasión a su hija varias veces (una pena), hasta que al fin el atronador ruido de las patas golpeando contra el suelo y del cabecero chocando contra la pared consiguió despertarle.
Conseguí lo que pretendía: escuché pasos en el pasillo, mi joven amante me ordenó, aterrorizada, que me marchara; pero yo aguanté estoicamente diciéndole que la quería y que me enfrentaría con quien hiciera falta. Así que me puse los pantalones, y nada más cruzar su indignado padre la puerta le crucé el rostro con mi guante y le desafié en duelo por la mano de su hija.
Mi intención era evidente: a la mano de su hija iría unida la dote. Ya vería yo qué hacer con la moza una vez cobrada la cuantiosa cantidad. El padre aguantó el tirón, se frotó la cara y me miró de arriba a abajo. "Muy bien", dijo. "Como desafiado, tengo derecho a elegir el tipo de duelo. ¡Tendremos un duelo de soplado de cristales!"
Mi rostro de sorpresa fue monumental. "¡Esto no puede ser!", declaré. "¡Tal duelo es antirreglamentario!". Consultamos al nacer el día con un juez, que aclaró, para mi pesar, que como desafiado el señor Baglietti tenía total derecho a elegir el tipo de desafío. Y no sólo eso: según la nueva legislación veneciana, también a elegir castigo para mí, en caso de perder el duelo, por mangonear a su hija.
Evidentemente, yo nada podía hacer en semejante desafío contra el dueño de las fábricas de cristal de Murano, que él mismo había fundado y llevado a su actual estatus. Con sus manos y la fuerza de sus pulmones fabricó un hermoso dragón de cristal; yo apenas pude soplar algo que parecía tener forma de botella de ron.
Y Baglietti eligió castigo, vaya que sí. Ante toda la población veneciana me llevó a la principal de sus tiendas de cristales. A la izquierda y derecha de su puerta se abrían tres hermosos escaparates que dejaban ver las hermosas mercancías que en su interior había a la venta. Allí, me coronó con una mitra de papel como "Emperador de las Tres Lunas": las tres lunas de cristal de la tienda. A mi cargo estaba su responsabilidad: limpiarlas y cuidar de que nadie las rompiera para robar en su interior. "Eso sí", agregó para el regocijo general, "¡sois la máxima autoridad en vuestras Tres Lunas, mi señor emperador!"
Pocos días después, como dije, pude librarme de semejante afrenta; y aún planeo mi venganza contra Baglietti. Ésta es, pues, la historia por la que me preguntó sir Arthur. Ya me dirán qué opinan de ella.
Málaga 2003
Posted by Santo at 11:24 AM | Comments (4)
28 de Enero del 2004
Trastienda inaugurada
Ya podéis acceder a la trastienda de Diverso Variable. :) Muchas gracias a DanieL por diseñar el logo de DV y por dibujar el cómic de la trastienda.
Posted by Santo at 9:07 PM | Comments (2)
Lo que otros dicen
Siempre me ha gustado conocer un poco a las personas que hay detrás de las palabras que leo. Pienso, además, que eso sirve para disfrutar más de sus textos y para entenderlos mejor. Con esta idea he creado una nueva sección para el blog (que estará disponible en un par de días, supongo), la Trastienda, que explique un poquito quién soy, a qué me dedico y ese tipo de cosas. Algunos pensarán que es un ejercicio de egocentrismo... Algo hay, no lo niego. ^^U Pero la cosa es satisfacer la curiosidad del visitante. Y como hablar de mí mismo me parece absurdo, y hacerlo en 3ª persona como si fuera otro el que habla de mí me da algo de repelús, he decidido ceder la palabra a otros para que digan lo que quieran sobre mí. Espero que sirva.
Si saliera en South Park, éste sería yo.
Escrito por Delirio:
Uf, qué tarea... describir al Santo. Empecemos por el principio. El Santo es un tipo alto, canijo, pelúo y barbón: las greñas le acarician los hombros, y de vez en cuando (sobre todo cuando se afeita y se deja aconsejar por mí en cuanto a indumentaria) algunas góticas guarronas se giran para mirarlo y echarle los tejos.
Dejando el físico a un lado, el Santo es un tipo bastante especial: se pica si te encuentras a algún colega y no se lo presentas, cuando él mismo para más que el tranvía, conoce a media Málaga y no te presenta a nadie. Sencillamente porque ni siquiera él recuerda los nombre de toooooooda la gente a la que conoce. Ir con el Santo por la calle es como ir con el rey: Tío, Santo, a ve cuándo nos tomamo una birrita, tío, Santo, a ve cuándo quedamos pa tocá o tío, Santo, a ve cuándo me pasas [insert nombre de cómic, libro o disco]
También es la clase de persona que se aberra y te llama friki por que quieres bajarte los episodios de los Gatos Samurai y te gusta Rob Zombie. Se le llena la boca: ¡¡¡FRIKII!!!... Y mientras ojea el Noches Eternas de Sandman, escucha Blind Guardian y con la mano que le queda libre escribe en el foro de Mundo de Tinieblas.
Experto en contar chistes brutos, siempre tiene algún comentario o rima ingeniosa a mano (le encanta hacer rimas con Amadeo de Saboya, Coyote y Cajones... y lo del premiado número cinco es obsesión). Hay quien dice que es un poeta (ya ves, sólo por que ha ganado unos cuantos premios... buoff). Un tío que va leyendo por la calle, en la parada del autobús, en los semáforos en rojo... Una no sabe si llevarse las manos a la cabeza o reírse. Al final una acaba echándole paciencia. Por que cuanto más lo aguanta una y más tiempo se pasa con él, más se confirma lo sospechado: el chico merece la pena. Pero mira que gustarle el Sabina...
Posted by Santo at 5:05 PM | Comments (17)
Duendes
Los puedo escuchar, riéndose de mí desde sus rincones. Por las noches se acomodan en mi almohada y se meten en mis sueños, escondiéndolos debajo de la alfombra de mi cerebro para que no los encuentre al despertar. Me roban las ideas geniales que se me ocurren en la frontera entre la vigilia y el sueño, no vaya a ser que alguna florezca y me haga rico y famoso. Ellos no quieren que me vaya: ¿con quién jugarían si no? Y no se conforman con eso: me dejan pistas, acordes, retazos de versos, para que durante el día me atormente tratando de recordar la maravillosa idea que tuve ayer, e intentando dar sentido a frases inconexas. Luego descubro que el leve recuerdo que tengo es una estrofa de una canción de Javier Krahe ("hoy he visto partir las golondrinas / con tu nombre y el mío hacia el olvido"), una frase vibrante de Borges ("La meta es el olvido. / Yo he llegado antes") o una sentencia humorístico-filosófica de Prattchet ("Un hombre, un voto: el hombre era Vetinari, y el voto, el suyo"). Y por supuesto tras el descubrimiento toca maldecir en arameo a la parentela difunta de mis duendes. Faltaría más.
Por el día tampoco se aburren conmigo. Cada vez que voy a soltar algún objeto importante (las llaves del coche, un libro) me pegan un grito en la oreja para que no pueda fijarme en dónde lo hago. Así me paso el día buscando los apuntes de Renacimiento, el manual de Latín, el mechero o el disco de turno. Sirva de muestra un botón: en el mes de Junio de hace 3 años, el día antes de coger un avión hacia Ecuador, compré de golpe cuatro discos de Sabina que me faltaban. Mi padre, que venía conmigo, los trajo de vuelta a Málaga. A mi regreso a España, un mes y medio más tarde, dos de esos CD´s habían desaparecido. Al parecer llegaron a mi casa los cuatro, y dos de ellos sencillamente desaparecieron. Se volatilizaron. Todavía no los he encontrado (y todavía de vez en cuando me pongo a buscarlos). También me roban mis recuerdos: camino hasta una habitación, y cuando llego me quedo clavado de pie, tratando de recordar para qué he ido hasta allí.
La última ha sido la de mi móvil. Llevo casi un mes enclaustrado en casa de lunes a viernes, con el teléfono sin batería encima de la mesa, bajo un mar de apuntes. Un día quise buscar un número en la agenda y el cacharro ya no estaba entre mis papeles. Durante tres semanas he peinado mi casa y la de mi novia; mi coche y el de mi padre; incluso he preguntado en la cafetería de mi facultad. Móvil desaparecido. Y hoy, mientras nos disponíamos a tratar de convencer a una telefonista de que nos adelantara unos cuantos miles de puntos para regalarnos otro nuevo, saco una percha de mi armario para colgar un pantalón y el teléfono cae al suelo desde nosedónde. Yo ya había mirado en los bolsillos de todos mis pantalones, chaquetas y abrigos. Ha hecho falta mover una percha. Imagino que esos duendes cabrones que viven en mi casa lo sacaron de algún bolsillo y lo dejaron en perfecto equilibrio entre mi ropa.
Si apago la música, consigo que mi perro deje de ladrar, mando callar a los pájaros y los aviones, a las marujas que pasean por la calle, a los borrachos del bar de enfrente, si logro un silencio absoluto puedo escucharles reírse de mí; pero nunca los encuentro. Creo que se esconden en el hueco que hay entre mi sombra y el suelo. El día menos pensado los pillaré por sorpresa y tendré que...
...Tendré que invitarles a unas cervezas y escandalizar a la gente respetable de algún bar con nuestras risotadas. Son unos cabrones, pero sin ellos me aburriría un poco más, y en el fondo tienen su gracia. Bueno, salvo en lo de esconderme las ideas geniales. Eso es una putada tremenda.
Éste es el móvil
Posted by Santo at 1:53 PM | Comments (13)
26 de Enero del 2004
Horror cósmico
Atención: nos disponemos a ver un macabro y secreto rito de invocación en las profundidades de R´Lyeh. Los Profundos, ataviados con máscaras rituales, se disponen a invocar a su oscuro señor, Cthulhu el Primigenio.
Posted by Santo at 1:26 PM | Comments (7)
25 de Enero del 2004
Enlarguis your pennis
No Siga Leyendo, el blog del Manu, se ha hecho eco de esos bonitos emails que todos recibimos en nuestras cuentas de Hotmail con cierta periodicidad. Como curiosidad, he aquí una pequeña lista de títulos recopilados en emails de ese tipo. Son todos reales:
have a tower of meat - consigue una torre de carne
she wont laugh at it - ella no se reirá de él
patch it for a bigger dong - ponle un parche y aumenta tu badajo
get larger than ron jeremy - tenla mas gorda que ron jeremy
HUGE trousers-snake - una serpiente GIGANTE en tus pantalones
add the inches you've longed for - añade los centímetros por los que suspiras
add inches to your johnson - añade centímetros a tu Juanillo
beef up your snake - infla tu serpiente
bigger lady-pleaser - un dador de gozo más grande
nail her with a thicker nail - taládrala con un clavo más gordo
inches gained not lies - acumula centímetros, no trolas
have a foot long johnson - consigue un Juanillo de medio metro
beef up your banana - ponle magro a tu plátano
Posted by Santo at 11:44 AM
24 de Enero del 2004
Ego te absolvo
Silencio.
Aire viciado, olor a quemado, luz rancia. Una iglesia. Un rincón, la caja de madera semiescondida de un confesionario. El lúgubre temblor del pábilo inflamado de las velas. La gruesa rejilla que separa el perdón del pecado. El Cristo, cuya implacable mirada cae desde lo alto. El infierno reflejado en tapices.
Silencio que queda roto por unos sollozos.
-¡Padre, padre, por Dios que necesito ayuda! ¡Acabo...! ¡Dios mío, Dios mío! balbuceaba entre lágrimas un hombre delgado, roto sobre el duro banco del confesionario. - ¡Padre por Dios diga algo...!
Silencio.
Podía ver la figura del sacerdote recostada tras la rejilla, dentro de la oscuridad insondable del confesionario. La pequeña ventanita de la rejilla estaba cerrada y no permitía ver el rostro del párroco. Pero podía oír su respiración calmada, lenta y grave. Sabía que le estaba escuchando. Así que empezó a hablar.
-Padre, yo no soy un asesino, yo soy un buen hombre, se lo juro por Dios, padre, de verdad. besó una cruz que llevaba al cuello, miró al Crucificado en la pared. Los mismos ojos vacíos, crueles e inmisericordes. Se estremeció y continuó hablando.
-Le juro por lo más sagrado que yo no quería. Mire mis manos, no son las manos de un criminal, son las de un pobre trabajador, un hombre pobre que tiene que trabajar de sol a sol para llevar de comer a su casa, para que su mujer coma. Mírelas, padre, ¡mírelas!- gritaba, sacudiéndolas ante la rejilla. Gruesos dedos, manchados de sangre.
Sangre.
Todo él estaba cubierto de sangre. La camisa, acartonada y seca; los pantalones; los brazos; las manos; los zapatos; incluso el pelo. Bañado. Sangre... Miró el sagrario. Allí también había sangre. En una copa. Siempre llena, rebosante. Y el Cristo. Él también tenía sangre. Caía por su frente, por sus manos, por sus pies, por su costado, por todas partes, sangre, sangre por todas partes.
-No, yo no quería... Y no había bebido, padre, ¡le juro que no había bebido nada! Estoy sobrio, estoy seco, ¡yo no soy un borracho! Sólo una copa, padre, no más. Después del trabajo... ¡Una copa sólo, una copa no le hace mal a nadie!
Una copa. En el sagrario había una copa. Una muy bonita. Dorada, grande. Pero no contenía vino, no. Estaba llena de sangre. Sangre...
-Tomé sólo una, por Dios que sí, sólo una. Me levanté y me fui a mi casa... Una vieja me increpó por la calle, ¡hueles a vino! dijo, ¡maldito sea el alcohol que te pierde! gritó, vieja puta, no sabe lo que se dice, ¡yo no soy un borracho!
Levantó la frente y repasó la iglesia con la vista. Le había parecido sentir algo extraño. La luz era de colores fúnebres. El tambaleo de las velas se reflejaba en las cristaleras. Azul, morado, negro, rojo, rojo sangre, ¿sangre? No es sangre, es vino. Lo que hay en la copa es vino, recuerda, no es sangre, sólo vino. La luz tiembla... tiene colores oscuros, sí, fúnebres, huele a muerto aquí, debe de ser el incienso, ¿dónde está el maldito incienso? Los ojos extraviados por la sala, esquivando bancos y cruces y cuadros, no encuentran la fuente del hipnótico olor, del suave humo. Un rayo de luna se atreve a cruzar una ventana. La respiración. El sacerdote inspira y espira en un pausado compás. Inalterable. Como el eco del reloj. Como el recuerdo del grave tañido de las campanas. ¿Qué escucha? Si supiera interpretar el sonido, sabría que están tocando a muerto.
-Me fui a mi casa como todos los días, padre, a comer, ¿o es que no tiene derecho un pobre hombre al pan después del trabajo? Subí a mi casa, sí, casi me caigo por las escaleras. ¡Maldito gato del vecino! Yo iba sobrio, padre, pero se me cruzó entre las piernas, por Dios que casi me mato, ¡podían tenerlo en casa! rugió enfurecido. Y de repente rompió a llorar. -¡Ojalá me hubiera matado, padre, rodado escaleras abajo, se me hubiera abierto la cabeza, ojalá estuviera yo frío y no hubiera cruzado la puerta de mi casa!
Como un niño, roto por el llanto, doblado sobre sí mismo. Lágrimas amargas que refrescaban sus mejillas. Calor, hace calor aquí. Todo cerrado, las velas, hace calor. Deja de llorar, gotas de sudor frío ruedan por su frente y su cara. Un escalofrío azul eléctrico en la columna. Las manos se crispan y abre la boca.
-Padre, diga algo. Por Dios bendito, padre, diga algo balbucea, se atropella el hombre. El silencio. Opresivo. Ominoso. Un rayo de luna se escapa furtivo. El aire es tan pesado que le carga los hombros.
¿Qué había en el sagrario? La sangre, el vino. Y el cuerpo. El cuerpo de Cristo, ¡te está mirando, desde la cruz! Él también fue víctima. ¿Hay un cadáver ahí en el sagrario? No. Nadie muerto. Sólo pan. Nadie, nadie, sólo pan, sólo vino, ¡pero Él murió, Él también! Huye de su mirada, tiembla bajo ella, se espanta, se retuerce el hombre. Le recuerda a la otra víctima, el otro cuerpo, la otra sangre. Ésos no eran pan y vino. ¿O sí lo eran? ¿Podían serlo? ¿Sólo una repetición del antiguo drama? ¡No! ¡La mirada, la mirada! ¡Pan y vino! ¡Pero Él ahí arriba no es ya víctima sino juez! ¡Condena, condena, espinas y cruz y sangre para el hombre!
Malditos ventanales. Un rayo de luna atravesaba la cristalera proyectando sobre él una sombra, la de la cruz. Cerró los ojos con fuerza, apretando los puños contra su cara. ¡No, no! Separó las manos del rostro y la vio en un rincón. Se acercó muy despacio, temblando de terror.
-¡No...! ¡Tú no puedes estar aquí...! ¡Tú estás...! alargó los dedos para tocarla y fue como si ella explotara, todo se hizo añicos y sangre. - ¡No, no! ¡Esta vez no la he tocado! ¡No la he roto yo! la mujer estallaba en pedazos una y otra vez, manchándolo de sangre, y escuchaba el llanto, sentía el dolor, el miedo, la iglesia giraba alrededor suya, todo el mundo giraba y le miraba y le acusaba y entonces los dedos la tocaron y era sólo una estatua de la Virgen, y seguía ahí y no se había roto. Se relajó un poco. Sólo lo suficiente para que su corazón no estallara. Volvió al confesionario y siguió hablando.
-Padre, crucé la puerta de mi casa sin malas intenciones, se lo juro. Yo no soy un hombre violento, padre, soy incapaz de hacerle daño a una mosca. Pero estaba muy enfadado por lo del gato, casi me abro la cabeza, y ella estaba allí tan sonriente... miró de nuevo la estatuilla de la Virgen. Tenía las manos alzadas, como dispuesta a dar un abrazo, y una sonrisa beatífica en la cara. Como la de ella. - ...Tan sonriente, no sé qué pasaba, mis hijos no estaban allí. ¿Los niños dónde están?, se han ido, ¿A dónde?, eso nunca lo sabrás, me dijo. Nunca más podrás hacerles daño dijo, la muy estúpida. Yo no sé de qué estaba hablando, nunca le he tocado un pelo a mis hijos, padre. Tengo dos hijos preciosos, uno de año y medio y otro con seis meses, padre, lindos y rollizos como ese niño Jesús. señaló un retablo, lo miró, sí que se parecía a sus hijos.
El retablo era muy hermoso. En la primera imagen padre y madre llegan al establo. En la segunda vienen los magos. En la tercera... En la tercera los niños son pasados a cuchillo. Más sangre. ¿Por qué toda la iglesia está tinta de sangre? Se levanta otra vez y toca la pintura. ¿Hay muertos por todas partes? ¡Yo soy un muerto! ¡Yo estoy muerto, sí, y esto no es cierto, sí, así es!, ríe y delira, cae de rodillas llorando, se arrastra hasta el confesionario y sigue hablando:
-Padre, para mí no puede haber perdón, me estoy volviendo loco. La veo por todas partes, padre, y también veo sangre por todos lados, incluso aquí, usted debe tener también las manos manchadas de sangre. ¿Me ayudará, padre? Prométame que va a ayudarme, ¡hágalo, es su deber! grita, agarra las esquinas del confesionario y lo sacude - ¡Le he dicho que lo haga! se tranquiliza, abre las manos Lo siento, padre, yo no soy así, de verdad.
Mira el techo de la iglesia, donde hay pintadas escenas del Paraíso. Muy alto, piensa, está demasiado lejos, y están tan cerca el suelo y el infierno. ¿Todos están tan cerca del suelo como yo, o soy el único que está más abajo que los demás? ¡Demasiado cerca del fuego! ¡Demasiado del dolor! ¡Demasiado! Se abraza a sus piernas, tiembla el hombre.
-Padre, tengo miedo. No sé de qué, esto es sólo una iglesia, pero tengo miedo. No debería. Los hombres buenos no tienen por qué tener miedo, ¿verdad? Yo soy un buen hombre. Yo nunca... murmura y se detiene. Me dijo que se había llevado a mis hijos. ¿Cómo pudo hacerme eso? A mí, que les llevaba de comer, que tanto les amaba, padre, ¿cómo pudo? ¡Y me dijo que ella también se marchaba! Que nunca más volvería a verla. Nunca más, que era un borracho, ¡yo, un borracho!, que estaba harta de aguantarme y que no volvería a recibir más golpes ni de mí ni de nadie. ¡Golpes! ¡Yo no le he pegado nunca, padre! Que había tardado en decidirlo porque me tenía miedo, ¡miedo!, ¿miedo de qué?, pero había tomado valor, que me iba a denunciar por maltrato, ¡denunciarme a mí, su marido, que tanto la quiero, padre, a mí! ¡Que me odiaba, me dijo! ¿Cómo pudo? ¿Cómo pudo? ¿Cómo se atrevió? brama, se levanta, tumba un banco de una patada. - ¡Pero se atrevió! ¡Desagradecida! ¡Yo, que tanto he hecho por ella! grita enfurecido, da un puñetazo en la pared. Se detiene. Escucha el eco de sus golpes. Arrepentido, se relaja y sigue hablando.- No podía dejarla ir... la abracé, me eché a llorar, le dije cuánto la quería, cuánto la quiero. Le pedí que se quedara conmigo, que no podría vivir sin ella. Le prometí que no volvería a hacerlo. Yo... padre no me hizo caso. Estaba empeñada, padre. Se soltó de mi, me pidió que la dejara, dijo que ya era demasiado tarde. Me lancé a sus pies y gritó que ya no había otra salida. Me levanté y la miré, llorando, no podía, no podía dejarla ir, no podía vivir sin ella. Pero me ignoró, ¡desalmada!, me dio la espalda para marcharse. ¡Maldita mil veces! ¡Maldita!- el eco volvió a sus oídos y ya no sabía si su propia maldición no le estaría alcanzando a él.
Estaba furioso. Agarró la rejilla con fuerza, masculló entre dientes:
- Y yo no podía dejarla ir. ¡No podía!. Me dio la espalda, grité, la golpeé en la cabeza y ella cayó al suelo desmadejada, sangrando. ¡Sangre!. ¡Sangre por todas partes! Le lancé todo lo que caía en mis manos, le di mil patadas, estaba hecha un ovillo, no dejaba de gritar y llorar y sangrar. ¡No podía dejarla, no podía, era mía! ¡Era mía!-, se levanta, brama, se aprieta contra la rejilla del confesionario. No sé en qué momento ni de donde cogí el cuchillo. Pero lo tenía en las manos. Y yo... se derrumba. Solloza, balbucea -, - la hice jirones, padre, la destrocé como si fuera una muñeca, añicos, sangre, ¡había sangre por todas partes!. ¡Yo no quería, padre, yo la quería demasiado para dejarla ir!, ¡Yo soy un hombre bueno, se lo juro por Dios!. Yo estaba bañado en sangre hasta los codos y las rodillas, y ella no era nada, ¡muerta!, ¡la maté pero yo no quería!, ¡la maté porque la quería!-, llora.
Pasan unos minutos de lágrimas. El hombre se repone, se sienta en el banco del confesionario.
Eso es todo, padre yo no quería, de verdad. Cuando me di cuenta de lo que había hecho, lo primero que hice fue buscar una iglesia. Necesitaba perdón, yo soy un hombre bueno que ha cometido un error y usted... ¡Usted tiene que perdonarme! ¡Dios perdona!- Se levanta, pone las manos sobre la rejilla. -¡No ha hablado usted en todo este tiempo, padre, diga algo, por Dios! ¡Perdóneme! ¡Deme su absolución! ¡Usted tiene que hacerlo!-, se sienta, agarra la rejilla, sacude el confesionario. ¡Hágalo, padre, le he dicho que me perdone!-, grita, la cara contraida con una mueca de ira.¡Perdóneme!.-
Escucha algo. Abre las manos y retrocede un poco, sentándose en el banco expectante.
Con un débil crujido, la pequeña ventanita de la rejilla se abre. Un brillo metálico, una mano fuerte apretada en torno a unas cachas metálicas. Un cañón de nueve milímetros. Por la ventana asoma. El hombre pierde el habla.
-Padre .....
-Ego te absolvo.
BANG
Posted by Santo at 1:34 AM | Comments (2)
21 de Enero del 2004
Oxidado y frágil
Hoy me pilláis un poco bajo de inspiración. Estoy empezando los exámenes de Febrero, lo que ocupa el escaso tiempo libre que tengo; ayer me tomé una tarde libre para echar una mano con el ICE: Iniciativa Cultural Estudiantil, ¿a que suena formal? Pues somos seis pelagatos que nos dedicamos a montar ciclos de cine, recitales, conciertos y todo tipo de actividades culturales en la facultad de Filosofía y Letras de Málaga. Ayer tocó espectáculo de humor("Síndrome Dario: Humor de Corral") y hoy proyección de Shaolin Soccer dentro de nuestro ciclo de cine Copyleft (que es lo contrario de "copyright"). Sí, Shaolin Soccer. Además de pelagatos somos frikis.
...Ya he perdido el hilo. En fin, eso, que estoy falto de inspiración, y tampoco tengo tiempo para sentarme ante el PC en espera de que llegue mi musa. Ahora mismo disfruto de un momento de paz antes de meterme en una clase de latín. Nunca había dado latín en mi vida, así que me ha tocado aprender a leer y traducir en dos meses. Las clases son un asombro constante (porque todo me suena a chino, claro), pero en el fondo estoy aprendiendo muchísimo (y lo que es peor: es la asignatura que más me gusta, sobre todo porque es de las pocas que me exigen esfuerzo real). Tenía pensado ponerme a hacer una relectura de "El hombre de la multitud", de Edgar Allan Poe, pero no tengo ganas. Así que, tras estas líneas de autocomplacencia, os dejo con un poema de Alberto Durante, un poeta granadino totalmente desconocido que no creó nada digno de atención salvo esto. Más que nada porque se supone que Diverso Variable es un blog literario, y algo de literatura tendré que poner para cumplir con el cupo.
Ah, como curiosidad: mi hermano compuso una fantástica canción a partir de esta letra. Así que ya sabéis, venid a nuestro próximo concierto o reservad un disco, que se agotan. :P
OXIDADO Y FRÁGIL
Sé de lo eterno que es nada,
sé del olvido todo,
y entre la nada y el olvido
pretendo hacerte de barro.
Sé que el sueño es poesía,
que poesía no es tú o yo,
y de poesía está hecho
el centro de mi corazón.
Sé que la espada daña,
y que con sangre escribo yo,
pero ni espada ni escrito
dolerán como el amor...
Sé qué es estar atrapado,
sé que es un dulce licor;
de tus ojos grabado
debo inventar el calor.
Sé de la vida el sentido,
y del infierno su pasión;
de la vida y del infierno...
...tengo que encontrarte yo.
Clavo el pensamiento
en las cuentas de la pared,
señalo cada vivencia
con alas de marfil.
Velo cada sueño
al que me postro
como a Dios,
y dirijo cada mirada
a la última de las estrellas
que en el cielo se helarán.
Sé que el pasado es amarillo,
y que el futuro es de cristal,
y yo, oxidado y frágil,
debo crear realidad.
Sé que aprendí del destino,
sé leer en las huellas la verdad
y así, todo el camino,
debo enseñarme a volar.
Sé cómo es lo infinito,
yo sé lo que es desear,
pero en mis pesadillas
para ti no hay lugar.
Alberto Durante
Posted by Santo at 11:25 AM | Comments (2)
18 de Enero del 2004
I´ve still got the blues
Used to be so easy
to give my heart away
Me acodo en el rincón más oscuro. La sombra me besa y me acaricia. Desde allí puedo mirar sin ser visto. En el otro extremo del bar dos manos acarician con lujuria una guitarra, casi una mujer de madera que se estremece en sus brazos. Las cuerdas lloran las notas de una vieja canción. La voz de humo me corona con las espinas de cada verso.
But I found that the haeartache
was the price you have to pay
La gente del bar no tiene nombre ni rostro ni cuerpo. Son sólo formas negras que me dan la espalda, ríen y charlan inconscientes de que en una esquina, encogido, me estoy muriendo. Bebo un trago de ron y aspiro una serpiente de humo.
I found that that love is no friend of mine
I should have know'n time after time
Miro más allá de mí: ninguna luz entre el neón me señala el norte. Creo que es hora de quemar las naves y huir hacia adelante. A otro lugar. A cualquier lugar. Solo y anónimo salgo de mi sombra y cruzo la puerta de la calle. Dejo atrás el rincón, el bar, el pasado. En ellos alguien canta los últimos versos de mi tristeza.
So long
it was so long ago
But I've still got the blues for you
I´ve still got the blues, Gary Moore
Posted by Santo at 1:39 PM | Comments (5)
15 de Enero del 2004
Sobre héroes y canallas
Las manos, tenía las manos grandes y oscuras, como forjadas en ébano férreo, y los dedos largos acostumbrados a apretarse al mango de una navaja. Eran unas manos de gitano que tenían la vaga creencia (tal vez cierta, quién sabe) de ser hijas de reyes, y de haber muerto innumerables veces peleando a cuchillo en algún callejón oscuro. Su dueño era un hombre de anchas espaldas y pecho orgulloso, de brazos fuertes y piernas ligeras. Apenas hablaba, y cuando lo hacía medía las palabras una a una, cuidando que dijeran únicamente lo que él quería decir, y no más. Tenía el cabello negro, como negros son los rincones de la noche. Su rostro ajado y moreno era un campo arado por las cicatrices del tiempo. Un ceño poblado, oscuro y casi siempre fruncido remarcaba dos ojos fieros, hieráticos, terribles desde su clavada atalaya. Decían que su mirada podía callar el aullido de un lobo.
Alguna vez trabajó, cuando hubo trabajo; cuando fue joven era lo que se llamaría un hombre honrado. Pero lo mandaron a una guerra que no entendía, con promesas de gloria y riquezas; le mataron de hambre y de sed y de rabia y de impotencia, y cuando regresó tenía las manos aún más vacías que antes, si acaso algo más llenas de muerte que antes de marchar. Y ya no había trabajo, ni pan, ni nada más real a que aferrarse que el hambre y la hoja afilada de un cuchillo. No le quedó un hogar al que volver. Le habían echado a los caminos, y nunca más durmió dos veces en el mismo sitio. Vivía de lo que robaba, y jamás se le capturó, excepto una vez en que le apresaron tres guardias, y a los tres los degolló antes de que le pusieran tras unas rejas.
Era astuto, e inteligente, aunque no sabía leer ni escribir. Olía el peligro a distancia, sabía dónde había que estar en cada momento. No entendía otra filosofía que la que defendiera el cuchillo. El brillo metálico decía cuanto podía decirse de un hombre. Si era bravo, que lo demostrara luchando; si su linaje antiguo, que se encomendara a él antes de pelear; si su sangre más roja, así se vería cuando goteara contra el suelo. Nunca perdonó que trataran de quitarle las pocas cosas que le quedaban: su honra y su orgullo.
Muy pocas veces, tomaba alguna guitarra que encontrara o que alguien le prestara, templaba las cuerdas y dejaba que oyeran su llanto los escasos amigos que viajaban con él. Entonces se escuchaba su voz, profunda como lo es el eco del mar en las montañas, desgajada en jirones de lágrimas por la pena; y cantaba a cuanto tuvo y perdió, a la guerra, a los que vio morir en ella, a la muerte que un día vendría a buscarle. Las coplas que sabía eran viejas y sabidas por todos, y no podía decirse que tocara muy bien la guitarra; pero nadie podía reprimir una lágrima oyéndole cantar. Porque grande era su pena, y no hay canto igual que el de unas manos gitanas desgranando su dolor al viento.
No era amigo de mujeres. Las veía demasiado frágiles al lado de un hombre, casi inútiles; apenas como un juguete que cuidar como de porcelana. No cantaba sobre un amor que tuvo, que ése era su mayor secreto; pero gustaba del vino, y alguna vez, estando muy borracho, algo contó a los amigos. Entendían que debía haber amado mucho a una mujer, con fiereza, como sólo un alma gitana sabe hacerlo; que marchó a la guerra con un juramento de eterna espera, y a su vuelta no quedaban de su casa ni las cenizas. Balbuceaba a veces, entre lágrimas de alcohol, que si se echó a los caminos fue por buscarla a ella, y si robó y mató fue por reunirse con ella en el Infierno.
Los amigos eran cuatro. Los fue encontrando uno a uno en su caminar; a todos salvó de morir o de la justicia, y le tomaron como jefe, siguiendo sus órdenes sin dudarlo. Él se sentaba a veces en la calle, o en un sitio con gente, y los dejaba hacer; ellos buscaban algún incauto y le provocaban a pelear para entrenar un poco los puños. Si perdían, les dejaba recibir y después los arrastraba a donde pudieran curarse; porque quien empieza una pelea debe terminarla sin flaquear. Si ganaban, rápido se levantaba y con voz fuerte les decía que pararan, porque no se debe matar sin razón. Nunca perdonó una cobardía; uno hubo que huyó dejándolos en la estacada, y después que salieron del asunto lo buscaron para que rindiera cuentas.
Su único deseo era sobrevivir. A su modo, tenía el corazón grande y noble. Nunca robó a un pobre, ni mató sin motivo, menos cuando se enfrentaba a la justicia; que la justicia que le había convertido en lo que era no merecía vivir. Peleó muchas veces y no mató a tantos, porque nunca acuchillaba a quien le pedía misericordia. Bajaba el cuchillo y miraba con desprecio al hombre, pues para él mejor era morir peleando que pedir piedad. Después le decía secamente, vete, y se marchaba sin mirar atrás. Una vez peleó con un marino grande que, pasando por su lado en la calle, le dijo: aparta, gitano ladrón; lo tomó del pecho y lo arrastró a un callejón, donde intercambiaron golpes en silencio. Uno sólo de los puños del marino se estrelló contra su cara; él después le rompió el pecho a patadas y le abrió una profunda herida a cuchillo. Iba a matarlo cuando el otro le susurró que le perdonara la vida. Guardó la faca y dio media vuelta, dejándolo tumbado en un charco de sangre. Escuchó el abrirse de una navaja, y apenas tuvo tiempo de darse la vuelta cuando el otro, levantándose entre terribles dolores, le sajó el cuello con su arma. Llegaron entonces los amigos, mataron al hombre y le llevaron rápido a casa de un médico, al que obligaron a curarle; el filo se había quedado apenas a un centímetro del gañote. Le cosió la herida y lo tuvo un tiempo escondido en su casa. Sanó casi milagrosamente, y volvió a la calle con los amigos con la misma fuerza que siempre y una terrible cicatriz, ancha como dos dedos, cruzándole el cuello.
Contar su vida sería imposible, no cabría en un libro de infinitas páginas. Tantos actos magníficos, tantas bajezas, tantas cosas hicieron esas manos; tanta pena, tanto sufrimiento y esperanza perdida; tanto tiempo, tanta sangre, tanta herida; en toda una vida no habría tiempo de decir cuánto vivieron sus manos. Fue un héroe a su manera, un héroe convertido en lobo por un oscuro designio, como otros tantos de los que se cuentan hoy historias. Un héroe anónimo y terriblemente trágico, como tantos otros de su tiempo. Un Ulises más patético aún, buscando sus perdidas Ítaca y Penélope. Él era a veces consciente de lo especial de su vida, de lo profundamente trágico que era el destino que estaba trazando; tal vez por eso no se sorprendió cuando una noche oscura se encontró con él, cuando llegó de la ciudad al escondite en el monte, y estaban los amigos allí esperándole; y en sus miradas había algo de odio, y de pena, y de ambición y flaqueza; y sólo mirándolos supo lo que ocurriría. Brillaron las navajas al salir a la luz de la hoguera. Él pensó que era el duelo más importante de su vida, contra los cuatro hombres más valientes que había encontrado jamás. Pelearon los cinco en silencio, y los amigos lo mataron a cuchilladas entre las sombras vacilantes del fuego. Él pudo matar a dos antes de caer, y pensó mientras le fallaban las rodillas, desangrado, que al menos pudo tener la muerte valiente que siempre deseó. Cayó destrozado por las navajas, y mientras miraba fijamente los ojos nublados de los dos amigos vivos, les dijo (para entender el eco de estas palabras hay que oírlas): Pronto querréis haber muerto como estos dos.
Dicen que los hombres moribundos tienen el poder de la clarividencia. En sus últimas palabras demostró sabiduría. Porque los dos que quedaron en pie soltaron las navajas, miraron unos segundos en silencio a los tres amigos muertos, y gritaron a los árboles silenciosos: Ya habéis visto. Están muertos. Ahora, queremos nuestro pago. Aquí lo tenéis, respondió una voz grave y dura. Siete rifles crueles escupieron siete balas, que horadaron la carne de los dos amigos; aguantaron unos segundos de pie, sorprendidos, escupiendo sangre, y cayeron. Después, un hombre con negro tricornio y poblado bigote salió de las sombras, y sacó una bolsita del bolsillo. Tomad, les gritó a los cadáveres mientras la tiraba hacia ellos. Vuestras treinta monedas. Después desapareció para siempre. Así se repite una vez más la historia, se cumple el eterno ciclo que ensalza al que muere por la sangre, por un ideal que nadie entiende (sobrevivir, la Humanidad, el honor, la nación), y entra en la historia. Así lo cumplieron otros: César, Leónidas, Jesucristo. Así lo cumplió este hombre.
Málaga, abril del 2002
Posted by Santo at 10:52 PM | Comments (1)
13 de Enero del 2004
Hambre
El insomnio llegó con la pubertad. Al principio tan sólo eran dificultades para conciliar el sueño, extrañas pesadillas, súbitos despertares. Sus horas de reposo fueron disminuyendo hasta que, cumplidos los veinte años, dejó de dormir.
Unos años después se casó. Para sorpresa de los médicos, que se habían rendido ante la ineficacia de los fármacos, su problema mejoró: pudo dormir un par de horas cada noche. Sin embargo, su mujer también empezó a sufrir de insomnio.
Al poco tiempo tuvieron un hijo, que pasaba todas las noche llorando; él, por primera vez en años, dormía tan profundamente que nada podía despertarlo. De día, cuando él marchaba a trabajar, el niño se dormía en los brazos de su madre, que también caía rendida por el cansancio.
El grito, de Edvard Munch
Cada día que pasaba su enfermedad remitía más y más, hasta que en una ocasión ni siquiera el despertador lo sacó de su sueño. Cuando abrió los ojos, cuarenta y ocho horas después, su mujer y su hijo estaban muertos. Dos esqueletos recubiertos de tirante piel amarilla. Lloró su muerte, los enterró y siguió viviendo solo; pero ya no pudo dormir nunca más.
Unos meses después murió de inanición. Su hambre había consumido a su familia, y cuando estos hubieron muerto le devoró a él. Cáscaras vacías, marchitas como el esqueleto de un insecto, incapaces de dormir. Aquel hombre comía sueños.
Posted by Santo at 4:53 PM | Comments (3)
11 de Enero del 2004
Artista invitado I
Hoy me voy a dar el gusto de ceder la palabra al buen hacer de mi amigo Manu Jiménez. Con su permiso, aquí están dos poemas suyos, uno muy reciente y otro que me regaló hace algún tiempo. Un abrazo, amigo.
Érase
Para Antonio
Érase que se era un cuentacuentos,
narrador de artes, aficionado
bohemio que se droga con cuidado,
poeta de eufemismos truculentos.
Érase que se era un gran amigo
que siempre llega tarde a la alameda,
que siempre que hay problemas, él se queda;
a un Dios cualquiera pongo por testigo.
Érase un soñador de pelo largo,
consumida en poco cuerpo su alma
que sólo cree en milagros por encargo;
de ahumada voz e incansable canto
con papel de arroz y hierba en las palmas
toma endecasílabos como llanto.
Nadie me besó esta noche
Odio, con más desgana que fuerza,
el folio blanco del destino
que estafó un futuro de tres días
a un compromiso acabado,
a una pasión resucitada...
a una melena despeinada.
No estoy llorando por tu amor
(si se me toca el alma
el humo quita la mancha)
pero todavía me queda el olor;
desinfecté con tu sudor mis impurezas
como quien limpia con engrudo una ventana,
corroboraron mis oídos malas lenguas
y probé una sonrisa algo aniñada.
Trasnochó un deseo de verano
hasta llegar a encontrarse con el Sol
y nacieron estas líneas desde un eco:
¿Quién me ata una bufanda al corazón?
Manu Jiménez
Posted by Santo at 6:41 PM | Comments (2)
10 de Enero del 2004
El cuento del alcalde fantasma
Tenían hambre, y la gente hambrienta acostumbra a volverse valiente. Así que tomaron los bastones y las hondas, las horcas y las guadañas y se juntaron todos, hombres y mujeres, en la puerta del ayuntamiento. Llamaron a voces al alcalde: tirano, ladrón, pecador, cacique, y el hombre, que en verdad era todo esto y mucho más, se sintió aludido y salió al balcón. Allí los rebeldes le comunicaron el plan: o cogía a su familia y se iba del pueblo antes del anochecer, o entraban a la carga y arramblaban con todo. En un principio el alcalde pensó en ordenar a los guardias que abrieran fuego; después se dio cuenta de que los guardias estaban en primera fila y eran los que más gritaban, así que dejó correr el asunto, hizo las maletas y huyó como alma que lleva el diablo.
El pueblo, satisfecho de su revolución, entró en la sala del cabildo, donde se reunían el alcade y los concejales desde siempre para ejercer su gobierno. El líder improvisado que los había enardecido contra el alcalde, un jovencito que estudiaba en la ciudad, avanzó un paso y los arengó:
-¡Compañeros! estaba leyendo por aquel entonces un libro de Carlos Marx, y le gustaba demostrar lo mucho que sabía -. ¡Acabamos de liberarnos del yugo opresor de la burguesía! ¡Viva la revolución!
El viva que siguió no fue demasiado enérgico. La gente se miraba las manos, y luego miraba el mullido sillón del alcalde y volvía a mirarse las manos. Al fin el Martínez, el de la tienda, se atrevió a gruñir:
-Vale, todo esto ha´stao mu bien... El alcalde s´ha marchao ya, nos hemos quitado el yugo ése. ¿Pero ahora qué?
-Pues ahora... dudó un poco. Estaba leyendo a Marx, pero no había pasado del primer capítulo -. Ahora es el pueblo el que manda.
-¿Y eso qué quiere decir?
-Que al alcalde nuevo lo elegimos nosotros improvisó.
Y así empezó todo. Discutieron durante todo el día, y siguieron discutiendo al día siguiente, pero no consiguieron ponerse de acuerdo. Unos decían que el alcalde tenía que ser el médico, que para eso tenía carrera; otros contestaban, y con razón, que el médico era un avaricioso que se aprovechaba de la enfermedad ajena para enriquecerse. Entonces algunos afirmaban que debía ser el boticario, pero de éste decían que era un vago; del maestro, que era un infeliz con siete hijos y no tendría tiempo; y así con todos. El cura, que esperaba en una esquina de la sala la decisión del pueblo, se relamía de verse como alcalde; y era ya cosa segura, pensó, pues no quedaba nadie más en el pueblo que pudiera encargarse del cargo. Cuando ya estaba abriendo la boca para ofrecerse, se le adelantó un hombretón, el más analfabeto de todos los cabreros del pueblo.
-Miren ustedes, compadres, yo me parece que no hay uno entre nosotros que sea lo bastante güeno p´alcalde. Porque aquí el que no es tacaño es un manirroto y el que no tiene una familia que atender es porque el trabajo no l´ha dejao tiempo de buscarse mujer. Y asín nos va a pasar en tos laos que busquemos, que nadie es perfecto. Y digo yo que ningún vivo sirve pa mandar con justicia, que tós somos unos pecadores, y lo mejor es curarse en salú y dejar de buscar entre los vivos.
-¿Qué sugieres entonces, hijo mío? preguntó el cura con voz melosa.
-Pos si no hay vivo que valga pa mandar, cogemos a un muerto y aquí paz y después gloria.
La lógica del cabrero era aplastante. A todos les pareció una idea magnífica, menos al cura, que se marchó de allí gritando que aquello era una blasfemia terrible. Mandaron llamar a la vieja curandera, que decía que hablaba con los espíritus; y después votaron para elegir al fantasma que sería el nuevo alcalde. El maestro les habló de los antiguos griegos y pronto todo el pueblo quedó convencido. De todos los sabios y héroes griegos el elegido fue el más ingenioso, el más astuto, el más versado en gentes y viajes: Ulises.
Mientras, el cura hacía las maletas a toda prisa. No quería permanecer ni un instante en aquel pueblo de iniquidad, en esa nueva Gomorra que se atrevía a contravenir las leyes de Dios. Se subió a su burra y viajó hasta la ciudad en busca de refuerzos.
-Desvíense las aguas del Indalecio, cuyos campos están anegados, hasta la huerta reseca del Eugenio. A cambio el Eugenio le dará diez arrobas de tomates. Con ello quedarán en paz.
Los concejales, tomados de las manos y a la temblorosa luz de una docena de velas, asistían a la reunión diaria de gobierno del ayuntamiento. La vieja curandera estaba en trance místico, con los ojos vueltos del revés y hablando con una voz cavernosa y masculinamente profunda que no era la suya.
-Alcalde, los del pueblo d´al lao han puesto una verja en la cañada, y el Matías tiene que dar una vuelta tremenda pa meter las cabras en el corral.
-Constrúyase un caballo de madera hueco...
-No empiece otra vez con lo del caballo, alcalde, que los del pueblo d´al lao se las saben toas, y no van a picar...
En ese momento se abrió la puerta con estrépito y entró una patrulla de la Guardia Civil, seguidos por el cura, más sonriente que nunca.
-¡Quieto todo el mundo! Tenemos noticia de la revuelta y del engaño que este pueblo ha...
-¿Pero qué engaño, sargento? ¡Acaba usted de despertar a la curandera! Ahora vamos a tardar otra media hora en invocar al alcalde...
Las quejas del pueblo aturrullaron a la patrulla. Uno de los concejales entonces les explicó toda la historia y les sugirió que les permitiera retomar la sesión de gobierno, y así podría asistir y averiguar la verdad. El sargento aceptó; la curandera suspiró, contrariada, y ordenó que todos se tomaran de las manos y se concentraran.
*
-...Y yo, Ulises, rey de Ítaca y alcalde de este pueblo, firmo y promulgo todas estas disposiciones para la buena marcha de la villa.
Con estas palabras y unas breves convulsiones de la curandera, la sesión finalizó. Uno de los hombres se levantó de la mesa.
-Mire usté, sargento, se lo voy a decir clarito. El fantasma éste hablará mu raro, será mu pesao con lo del caballo, echará una hora cada día en contarnos sus dichosos viajecitos, pero el caso es que es honrao como ninguno lo ha sío, y en una semana ha conseguío más que otros en toa su vida.
-¡Pe-pero esto es una locura! ¡Su alcalde es un fantasma!
-Pos déjenos con nuestra locura y váyase con viento fresco, y tós tan amigos.
El sargento se echó a reír y aceptó la sugerencia. La patrulla tomó el camino de vuelta, y el cura se encerró para siempre en la sacristía a rumiar su derrota.
Posted by Santo at 7:39 PM | Comments (3)
8 de Enero del 2004
Historias de mi barrio
Luz de guitarras
La noticia le llegó cuando estaba, como siempre, borracho en el taller. Cuatro palabras certeras, disparadas por no recordaba quién: "Tu hijo ha muerto".
Después llegaron las explicaciones: un accidente de tráfico, volviendo de Madrid; y un aviso: no vayas al funeral.
Él fabricaba guitarras, como lo había hecho su padre. Por las mañanas trabajaba en el taller sin un minuto de descanso; por las tardes solían visitarle viejos clientes y amigos para tocar con él en la trastienda. Por la entreabierta puerta desvencijada salían acordes, palmas y cantos alegres. El niño estaba siempre con él desde que nació. Aprendió a tocar desde muy pequeño, y su padre le prometió que, cuando fuera mayor, haría para él la mejor guitarra que pudiera soñar.
Unos años después murió su mujer. El viejo luthier se hundió en la tristeza y empezó a beber. Ya no bajaba al taller sino para abrir una botella más. Las discusiones y los gritos eran cada vez peores. Un lunes de Enero su hijo le reprochó en qué se había convertido y él, furioso y avergonzado, lo echó de casa.
Pasaron muchos años sin verse. Alguna vez cruzaron por teléfono algunas palabras frías. Supo por su otro hijo que se había casado, que tocaba la guitarra en nosedónde, que había tenido hijos. Le daba igual, ahogado como estaba en licor.
El día que supo de la muerte de su hijo no lloró. Se levantó, amargamente sobrio; encendió el fuego que servía para moldear la madera y empezó a trabajar. Había recordado aquella vieja promesa. Tras un día y una noche sin descanso tuvo en sus manos la guitarra más hermosa que manos humanas hayan construido jamás. Sin esperar ni un instante subió a un taxi en dirección al cementerio.
Llegó cuando la misa por su hijo ya terminaba. Todos los ojos se volvieron hacia él, cansado, ojeroso, cubierto de hollín y oliendo a madera, licor y barniz. Alguien se disponía a levantarse para echar al viejo borracho cuando tomó la guitarra entre sus brazos y empezó a tocar.
Cada nota, cada acorde era tristeza, llanto y dolor; la canción era la lluvia besando la tierra y el viento abrazando a la lluvia, y también era luz y olor a mar. Tenía algo de nostalgia, melancolía y ausencia. La gente contuvo el aliento durante algunos minutos, sobrecogida. Terminó de tocar y nadie se atrevió a levantarse, a decir nada; ni siquiera el cura fue capaz de detener al viejo luthier, que caminó tranquilo hasta el ataúd, lo abrió y colocó la guitarra entre los brazos de su hijo.
-Mal y tarde estoy cumpliendo mi promesa.
Sólo entonces lloró, y fue un llanto silencioso; permaneció unos segundos mirando el blanco rostro, le besó en la frente y se marchó sin más.
La misa acabó; el hijo del luthier fue enterrado y olvidado. Pero siempre quedó en el aire el eco de aquella canción que consumaba la promesa hecha a un niño; siempre iluminó la pequeña iglesia del cementerio una suave luz de guitarras.
Éste es el taller del luthier de mi barrio. Él es el canoso que está tras la señora del perro. Si le saco una foto más de cerca, probablemente el viejo gruñón me regañe.
Posted by Santo at 12:39 PM | Comments (2)
6 de Enero del 2004
Escultores de sueños
Cuando era pequeño le pregunté a mi hermano de dónde venían todos los juguetes que los Reyes Magos traían. Me contó que los reyes de Oriente eran en realidad tres escultores, que vivían en un palacio de mármol y cristal sobre una montaña remota de piedra marrón. En la ladera de la montaña había una cueva; allí acudían a trabajar cada Navidad, y con el barro del suelo moldeaban juguetes de arcilla. Después bajaban por unas escaleras hasta una cascada de espuma blanca al pie de la montaña. Al meter las pequeñas piezas debajo del agua, y por obra de una magia desconocida, se convertían en verdaderos juguetes. Subían entonces a sus camellos para repartir el fruto de su trabajo por todo el mundo.
Hay quien ve en la noche de Reyes un ejercicio de consumismo destructivo. Todo tiene dos caras: también es un momento de ilusión, una excusa para que a los que nos cuesta decir "te quiero" podamos demostrarlo. Todo depende de los ojos con los que mires el mundo. Hoy, unos trece años después de que mi hermano me contara aquella historia, yo me sigo metiendo en la cama con la ilusión de que esta noche los tres viejos escultores cumplirán mis sueños.
Feliz noche de Reyes, y feliz año a todos.
Posted by Santo at 1:55 AM | Comments (1)