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31 de Diciembre del 2004

(Otro) Epitafio de Aznar

Pretendía terminar la temporada con la última parte de las Nociones de traición y piedad, pero resulta que hoy, al conectarme a diversovariable, me he encontrado con un solemne epitafio al despedido Aznar. Eso sí que es bestial, Antonio. Aquí dejo el mío con tu permiso y el de todos: mis versos para que sean desmerecidos por los tuyos. Aunque no lo merece, cierro el año con otro epitafio simbólico a quien fuera presidente de este país. Os deseo lo mejor a todos para este año que se presenta, en el que (ya sabéis) no estaremos todos. Faltarán, casi, doscientas víctimas del absurdo del terror.


Complejo con bigote que delata,
mano dura, principio inacabado,
secuaz del sordo, diestra del centrado,
demagogia arbitraria con corbata.

Ejemplo del discurso de las ratas;
ayer: españolito destemplado,
hoy: yankee de adopción; condenado
por soberbia de lengua de hojalata.

Diácono de moral imperidalista,
silencio que revierte en calle y ruido,
palabra azul de corte victimista,

gaviota en la reserva, despedido
por el pueblo del lobby belicista...
He was answar, mejor dijera olvido.

Alejandro Díaz

Posted by Alejandro Díaz at 4:57 AM | Comments (11)

30 de Diciembre del 2004

Epitafio de Aznar

Con un buen peso delante,
no sea que se levante;
muy bien enterrado Aznar,
no se vaya a levantar.

Aquí está enterrado un bigote famoso
que de otros bigotes fue buen aprendiz.
Del pueblo español humilló la cerviz
como él la rindió al capital poderoso.
Su dedo insepulto quedó, deshonroso
recuerdo de la dedocracia ejercida.
No olvides, votante español, en tu vida:
no des el poder a quien no es generoso.

Con un buen peso delante,
no sea que se levante;
muy bien enterrado Aznar,
no se vaya a levantar.

lapida.jpg

Posted by Santo at 4:04 PM | Comments (6)

29 de Diciembre del 2004

Nociones de traición y piedad

II

Hoy peleo por secarme las alas;
abrir el cielo y creer que aún puedo.
Que hay sueños por que luchar,
aceras donde crecer
y noches a las que huir,
cuando la melancolía es violenta
y acechan dudas impías al filo
de tus ojos. Mas desangran los mustios
anhelos de quien ha sido deseo
antes que cuerpo, sentidos y aliento.

Mi musa enferma de voces que callan
miserias y despropósitos...

cuesta poco interpretar
que hoy ya no es todavía.

Alejandro Díaz

Posted by Alejandro Díaz at 4:06 PM | Comments (0)

27 de Diciembre del 2004

Nociones de traición y piedad

I

Perdóname si abandono el azar;
si no pongo por testigo al asfalto;
si donde dije go home, siembro olvido;
si emprendo viaje al tenüe silencio.
Perdóname si celebro la edad,
si doy por hechas las causas perdidas,
si rompo el verso impoluto del alba,
si vendo nostalgia y compro recuerdos.
Perdóname si traiciono tus ojos,
si encuentro acomodo en tierra privada,
si llego tarde al segundo preciso,
si cambio nocturnidad por decencia.
Perdóname si reniego del viento,
si juego a ser lo que nunca he querido,
si acepto que la justicia es incierta,
si culpo de mi fracaso a las horas,
si vivo ajeno al susurro de un sueño,
si robo abril al voraz calendario,
si empaño la libertad de miserias,
si pierde el Sur mi conciencia cegada
de sombras.

Porque el reloj cruza, herido,
calles de una juventud pasajera
que nunca regresará a la costumbre:

Pisadas que borra un mar tempestuoso.

Posted by Alejandro Díaz at 12:14 PM | Comments (1)

23 de Diciembre del 2004

Llamadme lo que queráis

Para Laura, cada día por un motivo nuevo.
Para mis amigos. Siempre.
Para mi familia, por todo.

En Málaga el frío llega con Diciembre; hasta este momento apenas se asoma, se deja ver un poco pero no se queda. La vieja castañera de mi barrio, una gitana encorvada por el peso de tanta arruga, nos avisa con señales de humo de que el invierno se acerca. Entonces me echo a la calle para enfriarme las manos, sentado muy junto con ella en un banco verde; aprovecho el frío como excusa para abrazar, para apretarme más a la mujer que quiero bajo nuestro único paraguas.

Bajo del autobús en la Alameda Principal y rozo los troncos viejos de los inmensos árboles al pasar por su lado. En la plaza de Félix Sáenz rodeo el abeto hecho con pascueros rojos y dedico una mirada fugaz a la fachada de curvas de los grandes almacenes más antiguos de Málaga. Entro en calle Nueva evitando los charcos y trato de cruzarla esquivando a la gente sin mojarme los pantalones; llego por la Constitución hasta Uncibay, y allí subo la calle Granada de luces y humo, y de guitarras.

En Navidad toda Málaga se alumbra, y puedo ver brillar desde la carretera que me lleva a casa de ella la Alcazaba y Gibralfaro, abrazados a la piedra de la montaña, y la judería y el centro de mi ciudad que parecen querer explotar de tanta luz. Las calles están llenas de gente que camina despacio, y las esquinas de desocupados que charlan y ríen. Camino hasta el parque para recorrer por enésima vez los innumerables puestos de artesanía, como todos los años. Cuando vuelvo, paso por la puerta de la catedral manca y, cruzando el pasaje de Chinitas, llego a calle Larios; debo pararme por el camino a cada instante para saludar a todos los conocidos que, como yo, bajan a la calle a disfrutar del frío y de la luz.

Ya en casa, entre mi padre, ella y yo montamos el árbol más hortera del barrio. Mi pobre perro termina huyendo de nosotros, con dos bolas inmensas colgando de las orejas y una tercera del rabo. Alguien canta un villancico y yo, complaciente, me dejo hacer y sigo la vieja letra. Mañana vendrán mis hermanos, y sus mujeres, y mis primas, y mi sobrino, y mis tíos, y todo el mundo hará un esfuerzo por llevarse bien al menos el rato que dure el puchero de mi madre.

Unos días de paseos inacabables recorriendo lugares que sé de memoria, buscando ese número escaso de rincones realmente únicos de Málaga que muy pocos conocemos. La Nochevieja me verá en la calle, levantando una copa con los viejos amigos de siempre por los años de amistad que se han ido y los que vendrán. Y el día de Reyes me levantaré corriendo para abrir mis paquetes, como cuando era un niño, y con más ilusión aún le entregaré mis regalos a ella, y a mis padres, y a mis hermanos. Y rabiaré si alguien encuentra el premio del roscón antes que yo.

Llamadme lo que queráis, pero a mí me gusta la Navidad.

Felices fiestas a todos, para vosotros y para vuestra familia. Y feliz año nuevo. Como dijo el poeta: salud y suerte, y que la vida os dé más, siempre más.


Posted by Santo at 10:50 PM | Comments (13)

21 de Diciembre del 2004

Una tarde cualquiera de otoño en mi ciudad

Cuando la ciudad te atrapa y no encuentras la salida...

La muerte habita pulcras sábanas de hospital.
El miedo se contagia por pasajes estrechos.
Agoniza el amor en juzgados, sin derecho
a un rescoldo de súplica en su declaración.
Agotado el deseo en mercados de ocasión;
oscurecen ojeras rasgadas al acecho,
una tarde cualquiera de otoño en mi ciudad.
Y el corazón naufraga, hendido, en esta pecera
añil. La libertad cabalga una avenida
que esconde callejones difusos sin salida.
Quién fuera, en una tumba, contrario a la müerte,
huida en esta ciudad donde el otoño pervierte
corazón, libertad, callejones, tumbas, huidas,
muerte, miedo, deseo, tardes, amor y ojeras.

Alejandro Díaz

Posted by Alejandro Díaz at 2:40 PM | Comments (0)

19 de Diciembre del 2004

Un año de Diverso Variable

Hace un año encendí una pequeña hoguera para calentarme las manos en este monte en el que siempre es de noche. Poco a poco, el fuego llamó a algunos caminantes a sentarse conmigo para compartir historias. Y un tiempo después, las cumbres de las montañas cercanas se encendieron también: alguien había visto mi luz y quiso ayudarme a encender el cielo.

Hoy hace un año desde el nacimiento de Diverso Variable, un proyecto que empecé en solitario y que ahora comparto con alegría. Muchas gracias a nuestros lectores habituales, a los ocasionales y a los que caen aquí por casualidad, por compartir con nosotros un poco de tiempo, de fuego y de palabras.

Y que cumplamos muchos más.

Posted by Santo at 4:22 PM | Comments (17)

15 de Diciembre del 2004

Historias de mi barrio IV

Antonio

En el viejo bar la cerveza es barata y los rincones cálidos, así que es allí donde nos juntamos gentes de muy distinto pelaje y condición: en la mesa junto a la puerta, dos árabes juegan a las damas y ríen cuando te sorprendes al ver que no entienden el ajedrez; en la que está más cerca de la barra tres señores de cierta edad remojan su corpulencia en un tintito (con tapa, por favor); en la de la esquina hay un par de punkis que fuman yerba y hablan de mujeres. Allí vamos también Delirio y yo a veces, porque nadie te pregunta quién eres ni te mira más que para darte las buenas tardes.

En aquella ocasión nos acompañaba Alejandro, aficionado desde hace años a gastar vasos conmigo mientras recordamos viejas anécdotas, arreglamos la res publica y resolvemos asuntos filológicos y de crítica artística, amén de enigmas ontológicos varios. Justamente cuando estábamos desmenuzando las mezquindades de la vida universitaria entró por la puerta un gitanillo de no más de seis años como un rabo de lagartija, tan moreno que le brillaban los ojos y los dientes al sonreír. Si no fuera porque rondaban ya las nueve de la noche, por los churretes de la cara juraría que acababa de merendar. Le acompañaba otro niño con algún año más que llevaba una cartulina grande y bolígrafos de colores. Paseándose por las mesas el gitanillo pedía que le compráramos un número para una rifa. El descaro y la gracia del niño me llevaron a rebuscar en mis bolsillos, y finalmente a pedir cambio en la barra. Mientras, los punkis ya habían encontrado una moneda.

-¿Quieres el 35? Toma, escribe ahí tu nombre - dijo el chiquillo cuando recibió el dinero.

-No, escríbelo tú, hombre, ¿encima de que me cobras me vas a dar trabajo? - respondieron entre risas los dos.

En aquel momento llegué yo y, tras pagar mi correspondiente euro, le señalé el 36 y le dije que apuntara mi nombre. El gitanillo nos miró a los tres, luego al bolígrafo, después a la cartulina, y al fin respondió:

-Es que no sé. No me sale bien.

-¿Que no sabes escribir? ¡Tienes que ir al colegio! - le regañamos, medio en broma medio en serio -. Bueno, no te preocupes. Yo me llamo Antonio. Te voy a enseñar cómo se escribe mi nombre.

Levantó los ojos y me miró muy fijamente; tras unos segundos de silencio, asintió despacio y se sentó en el suelo junto a la cartulina.

-Venga, estate atento que voy - empecé -. Imagina una montaña, ¿vale? Dibújala ahí. Ahora mira, la montaña está llena de nieve hasta la mitad: ponle la línea que marca hasta dónde llega la nieve. Eso es, así es la A. La siguiente letra, la N, son las vías de un tren que viene: dibújalas y une el punto de arriba de la izquierda con el de abajo de la derecha. Ya está, así - el niño me miraba y obedecía, siguiendo despacito mis instrucciones por el papel -. Ahora dibuja el bastón de un viejo: eso es la T. Muy bien, ¿ves como no es tan difícil? Ya llevas la mitad. La siguiente letra es la O y se dibuja como el círculo que haces con la boca para decirla. Después viene la N otra vez. La penúltima letra es como una flecha que vuela hacia arriba: la I - escribía laboriosamente, con pulso indeciso -. Y al final otra vez la O. ¡Muy bien! Ya está.

El chiquillo se levantó de un salto muy contento y nos miró sonriendo. Entonces se asomó por encima de la barra la camarera y, con los brazos en jarras y tono de enfado fingido llamó al niño:

-¡Ya vale de molestar a los clientes! ¡Vete a casa, Antonio!

Los dos pequeños rieron, cogieron la cartulina y se fueron a la carrera. Yo vi, congelado, cómo el gitanillo se detuvo antes de salir y me miró un instante. En esta España del siglo XXI yo acababa de enseñar a un niño a escribir su propio nombre. "La A, como una montaña nevada; la N, las vías del tren que viene; la T..."

Lee las otras Historias de mi barrio:
Orden
El árbol
La siesta
Luz de guitarras

Actualizado jueves 16: cuento también publicado en Nuestralia.

Posted by Santo at 3:55 PM | Comments (5)

14 de Diciembre del 2004

Soneto a una de las muchas españas

Me lo inspiró cierto ministro de cuyo nombre no quiero acordarme y que, cuando le preguntaban por las guerras, regalaba euros.

España de borbones y pelayos.
España de política sombría,
de fulanas, beatas y marías...,
ojalá te partiera en dos un rayo.
España de vendidos y lacayos,
del fascismo en la ley de extranjería,
de legionarios, cristos, cofradías...,
otórgate las faltas que me callo.
España de vorágines corridas.
España de curillas y de ascetas,
del contrato basura sin salida.
España de aznaranga y zapateta:
cuídate de los zafios que liquidan
sus deudas con un euro por respuesta.

Alejandro Díaz

Posted by Alejandro Díaz at 7:50 PM | Comments (4)

10 de Diciembre del 2004

Carta abierta

Por muy liado que ande uno y no tenga tiempo para escribir, siempre guarda un rato para leer. Lee que te lee me he encontrado esto en Escolar, una historia, cuando menos, significativa. Cada lector que saque las conclusiones que le parezcan.

Carta abierta a Lluis Bassets, director adjunto del diario El País.

Ignacio Echevarría
Barcelona, 9 de de diciembre de 2004

Estimado Luis,

Como esta es una carta abierta, conviene repasar algunos hechos que te son bien conocidos.

El pasado 4 de septiembre apareció en Babelia una reseña mía sobre la novela 'El hijo del acordeonista', de Bernardo Atxaga, por entonces recién publicada. La novela -interesa puntualizarlo- ha sido editada en castellano por Alfaguara, que pagó un importante adelanto para hacerse con ella, y que la lanzó como uno de los "platos fuertes" de la rentrée otoñal. Como suele suceder en estos casos, Babelia prestó una atención especial a la novedad, dedicándole a Atxaga la portada del suplemento y una amplia entrevista. En este contexto apareció mi reseña, que era inequívocamente desaprobatoria del libro, pero que -importa hacerlo constar- me había sido solicitada por la directora del suplemento, María Luisa Blanco, quien antes me consultó acerca de mi opinión sobre Atxaga, respondiéndole yo, sin falsedad, que se trataba de un autor cuya trayectoria venía siguiendo con curiosidad y con respeto.

La publicación de la reseña provocó en la dirección del periódico una fuerte conmoción, que se tradujo de inmediato en un pautado despliegue de artículos, entrevistas y crónicas que, en conjunto, apuntaban tanto a paliar y neutralizar los posibles efectos de la reseña como a compensar a Bernardo Atxaga por los perjuicios de todo tipo que ésta pudiera acarrearle. En cualquier caso, la reacción fue tan desproporcionada, que llamó la atención de numerosos medios de prensa españoles, que se hicieron eco de ella de la más variada forma, en general con sorna, pero también con escándalo y con sorpresa.

Yo mismo quedé consternado, y más expuesto que nunca a las dudas de siempre, que me asaltaron con especial crudeza. ¿Tiene sentido ejercer la crítica en un medio dispuesto a desactivar los efectos de la misma y a desautorizar a su propio crítico? ¿Tiene sentido tratar de hacer una crítica más o menos exigente e independiente en un medio que parece privilegiar y defender a ultranza, sin el mínimo decoro, los intereses de una editorial que pertenece a su mismo grupo empresarial? Haciendo caso a quienes me recomendaban no abandonar ni ceder terreno precisamente en momentos como éste, me resolví al final a escribir una nueva reseña, apalabrada ya desde meses atrás, y que mandé a la redacción de Babelia el pasado 13 de octubre. Se trataba en esta ocasión de un comentario a 'El bosque sagrado', un ya clásico libro de ensayos críticos de T.S. Eliot que la editorial Langre, de El Escorial, ha publicado este mismo año.

Al poco de ser recibida en el periódico, la reseña fue "retenida" por ti, que diste instrucciones de que no se publicara. Como esta situación se prolongara durante más de dos semanas, me decidí a dirigirte, con fecha del 28 de octubre, una carta en la que te manifestaba mi extrañeza y en la que te pedía explicaciones. Añadía en mi carta que me resistía a aceptar las explicaciones que a mí mismo se me ocurrían, y te recordaba que llevaba catorce años colaborando con el periódico.

En la respuesta que me dabas el día siguiente, en carta del 29 de octubre, confirmabas que habías impartido, en efecto, instrucciones de que mi reseña no se publicara, y para justificar esta decisión aportabas unas pocas reflexiones que ponían muy en duda las posibilidades de mi continuidad en Babelia a la luz, sobre todo, del tono en tu opinión demasiado tajante y descalificatorio empleado por mí a la hora de valorar la novela de Atxaga.

"Se ha dicho", me escribías, "y supongo que te habrá llegado, que tu crítica era como un arma de destrucción masiva y que el periódico hace mucho tiempo que ha renunciado a utilizar este tipo de armas contra nadie."

Tengo entendido que quien dijo esto, y lo dijo a voz en grito, frente a varios testigos, fue Jesús Ceberio, director de El País, el lunes siguiente a la publicación de mi reseña. Y te confieso que, dentro de todo, no deja de resultar halagador, para mí y para el oficio de crítico, que a alguien le quepa pensar que una simple reseña, escrita en el tono que sea, pueda tener los efectos de una arma de destrucción masiva. No deja de resultar cómica, por otra parte, la ocurrencia de emplear la metáfora "arma de destrucción masiva" en estos tiempos que corren. Parece que estamos todos condenados (unos más que otros) a presumir su existencia allí donde no las hay.

En tu carta aceptabas tranquilamente la posibilidad de que las explicaciones que yo mismo me daba acerca de lo ocurrido, y que me resistía a aceptar, fueran buenas. Y eso es lo alarmante, pues entre esas explicaciones se cuentan dos particularmente graves. A una ya he hecho referencia al aludir a mis dudas sobre el sentido de tratar de hacer una crítica independiente en un medio que parece privilegiar, con descaro creciente, los intereses de una editorial en particular y, más en general, de las empresas asociadas a su mismo grupo. No parece casual que sea un libro de Alfaguara el que haya alentado tus escrúpulos sobre el tono que eventualmente empleo a la hora de hablar sobre un libro que considero francamente malo. Llevo muchos años empleando un tono muy parecido, y el hacerlo no ha sido hasta ahora motivo de estupor ni de reprobación, más bien lo contrario. Te invito, para comprobarlo, a releer mis reseñas de las últimas novelas de autores como Jorge Volpi (Seix Barral), Antonio Skármeta (Planeta), Jaime Bayly (Espasa) o Lorenzo Silva (Espasa), tanto o más duras que la dedicada a Bernardo Atxaga, todas ellas publicadas en el plazo de un año a esta parte, o poco más.

Pero lo que me preocupa de verdad es que El País, del que vengo siendo lector desde hace más de veinte años, y donde vengo escribiendo desde hace catorce, pueda ejercer de un modo abierto la censura y vulnerar interesadamente el derecho a la libertad de expresión, del que tan a gala tiene ser defensor y valedor. Eso, y no otra cosa, es lo que se desprende de la resolución de vetar a un antiguo colaborador por el solo motivo de haber manifestado contundentemente, sí, pero también argumentadamente, su juicio negativo acerca de una novela.

Me decías en tu carta que dudabas aún sobre qué hacer conmigo, y me anunciabas, para "los próximos días", una "respuesta completa" a mi petición de explicaciones. Pero ha pasado más de un mes, y supongo que las pobres reflexiones que entonces me adelantabas no han hecho entretanto sino cobrar cuerpo. Con fecha del mismo día 29 de octubre te escribía yo que quedaba a la espera de tu "respuesta completa". Pero no dispongo de una eternidad para eso. Entiendo que la espera ha transcurrido en vano, y soy yo el que de nuevo tomo la iniciativa de escribirte esta carta abierta para esta vez simplemente decirte adiós, y despedirme de paso de los lectores de El País que durante todo este tiempo han seguido, con su aprobación o con sus desacuerdos, mi empeño quizás insensato de perseverar en el cada vez más menoscabado y cuestionado ejercicio de la crítica.

Vale.

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Y la crítica en cuestión:
LA NECESIDAD DE LA FICCIÓN
Una elegía pastoral

IGNACIO ECHEVARRÍA

BABELIA - 04-09-2004
Resulta difícil sobreponerse al estupor que suscita la lectura de esta novela. Cuesta creer que, a estas alturas, se pueda escribir así. Cuesta aceptar que, quien lo hace, pase por ser, para muchos, mascarón de proa de la literatura de toda una comunidad, la del País Vasco, cuya situación tan conflictiva reclama, por parte de quien se ocupa de ella, el máximo rigor y la mayor entereza.

Bernardo Atxaga (Aestasu, Guipúzcoa, 1951) nunca ha eludido -y eso le honra- la representatividad que viene recayendo sobre él desde el éxito clamoroso de Obabakoak (1988). No cabe dudar de las presiones que ello comporta y de lo difícil que tantas veces ha de resultarle abrirse paso a través de ellas. Hasta cierto punto, ello podría servir de atenuante de la tibieza y de la confusión que rodean la percepción que Atxaga tiene de la realidad vasca. Pero no puede de ningún modo atenuar, por lo que toca a esta novela, el carácter tan tópico -acusadoramente tópico, esta vez- de sus planteamientos narrativos, la enclenque consistencia de sus personajes, la poquedad de sus desarrollos.

El hijo del acordeonista tiene por principal escenario Obaba, la imaginaria localidad vasca en la que viene recreando Atxaga, con tintas arcaizantes, los atributos del ámbito rural en el que él mismo se crió. Entre otras cosas, la novela viene a contar el deterioro y la pérdida definitiva de ese mundo idílico por obra del progreso, sí, pero sobre todo por la injerencia de una violencia histórica en cuya espiral queda atrapado David, el protagonista del relato.

Las circunstancias que, hacia finales de los años sesenta, pudieron empujar a un sano e ingenuo chavalote vasco a militar en ETA: tal parece el asunto que Atxaga pretende ilustrar, echando mano de la experiencia de toda su generación y, eso sí, dejando claro su actual distanciamiento de la actividad terrorista tal y como se viene desarrollando desde el establecimiento de la democracia.

Cuando apenas cuenta 13 años, un informe psicólogico atribuye la poca sociabilidad de David al "apego" que siente por "el mundo rural", y hace constar que "los viejos valores" aparecen en su mente "confundidos con los modernos". Muy tempranamente, David siente la llamada poderosa de formas de vida arcaicas, que lo mueven a añorar un "mundo antiguo" que sobrevive todavía en las cercanías de Obaba. Allá frecuenta el caserío familiar de Iruain, en "un pequeño valle verde, bucólico", que parece destinado a acoger a los "campesinos felices" (así los llama él siempre, citando a Virgilio), junto a los cuales se siente David más a gusto que entre sus compañeros de colegio.

El conflicto empieza cuando, siendo todavía adolescente, David descubre poco a poco el oscuro pasado de su padre, acordeonista de profesión, que colabora con las autoridades franquistas y que estuvo implicado, al parecer, en los fusilamientos que tuvieron lugar en Obaba tras la entrada en el pueblo de los facciosos, a los pocos meses de estallar la Guerra Civil. Pese a su completa ignorancia de lo ocurrido, David se siente "enfermo sólo de pensar que puedo ser hijo de un hombre que tiene sus manos manchadas de sangre".

A partir de entonces, el mundo de David queda ensombrecido por la maldad impenitente de los fascistas y sus secuaces. Ellos son el origen de todos los males, pues no sólo son ladrones y asesinos, no sólo son españolistas y están moralmente corruptos, sino que, para colmo, son los que, a fin de hacer prosperar sus turbios negocios, y siempre "llevados por su odio a las gentes del País Vasco", hacen traer a Obaba las grúas y los camiones que con sus ruedas aplastan las "palabras antiguas", hundiéndolas en el barro "como copos de nieve", dejando ver "lo desigual de la lucha, qué poca esperanza había para el mundo de los 'campesinos felices".

La progresiva toma de conciencia de este estado de cosas ocupa al menos dos terceras partes de la novela, en las que de paso se da cuenta minuciosa -y sonrojante- de las zozobras amorosas de David. El resto del libro, a fuerza siempre de introducir elipsis temporales toda vez que el relato se enfrenta a una dificultad, da cuenta de las forma casi inevitable en que David se incorpora a ETA, organización que, conforme a su testimonio, parece limitarse a distribuir panfletos y hacer volar monumentos y edificios públicos. Sólo cuando las cosas empiecen a desmandarse tomará David la decisión de emigrar a Estados Unidos, donde a la vera de su tío Juan, poseedor de un rancho dedicado a la cría de caballos, cumple su ideal de vida bucólica, al lado de Mari Ann, su mujer (hija de un veterano brigadista internacional, cómo no), y sus dos hijitas. Con ellas juega David a enterrar en pequeñas cajas de cerillas palabras que en la "vieja lengua" de su país van cayendo en desuso.

La beatitud y el maniqueísmo de sus planteamientos hace inservible El hijo del acordeonista como testimonio de la realidad vasca. A este respecto, la novela sólo vale como documento acrítico de la inopia y de la bobería –de la atrofia moral, en definitiva- que no han dejado de consentir y de amparar, hoy lo mismo que ayer, de forma más o menos melindrosa, el desarrollo del terrorismo vasco, reducido aquí a un conflicto de lobos y pastores, un problema de ecología lingüística y sentimental, al margen de toda consideración ideológica.

Existe un huidizo concepto, el de la razón narrativa, que por su parte ampara las sinrazones que puedan caber en un relato. Pero es esta razón narrativa la que empieza por fallar completamente en El hijo del acordeonista, novela que incumple las mínimas reglas del decoro literario. El texto se ofrece como un desordenado "memorial" escrito por David pero reescrito póstumamente por su amigo Joseba, antiguo camarada en la lucha y en la actualidad conocido escritor vasco. Un artificio tramposo que, con sus chispas metaliterarias -y metaficcionales, dado que se insinúan aquí y allá claves autobiográficas-, no consigue amenizar la deriva tan previsible de un libro construido con una sentimentalidad jurásica, que en sus mejores páginas trae, bien que a su modo, el recuerdo de las novelas de José Luis Martín Vigil. Todo servido en una prosa de seminarista, de una cursilería casi conmovedora, llena de ridículos arrobamientos ("los osos: tan inofensivos, tan inocentes, tan hermosos") y capaz de refutar en términos como los siguientes las maledicencias que corren en torno a don Pedro, un indiano ricachón -pero republicano- de quien se cuenta que labró su fortuna a costa de su hermano: "Detalles policiales aparte, los dos hermanos se querían mucho: porque eran Abel y Abel, y no, de ninguna manera, Caín y Abel. Desgraciadamente, como bien dice la Biblia, la calumnia es golosina para los oídos...". Y sigue.

Para nimbar el marco pastoral de la novela con favorecedoras luces crepusculares, resulta que David escribe su memorial sabiéndose víctima de una grave dolencia que pronto lo arrancará de su particular paraíso terrenal. Aunque tarde, ha comprendido que "la vida es lo más grande, quien la pierda lo ha perdido todo" (sic). Pero incluso a la muerte consigue arrancarle David rasgos embellecedores, pues en su cercanía el amor adquiere, dice, nuevas formas: "Formas dulces, casi ideales, ajenas a los conflictos y a los roces de la vida cotidiana". Como las del camino de salvación que postula esta novela.

Posted by Santo at 5:47 PM | Comments (3)

9 de Diciembre del 2004

Ellos son los locos

(Inspirado en una canción homónima del cantautor Jose Antonio Delgado)

Dicen que estamos locos por rimar
besos como nostalgias repetidas,
por frecuentar afectos sin salida,
por confundir el alba junto al mar,
borrachos y desnudos; por probar
el sabor estridente de la huida,
por obviar el chantaje de la vida...
Dicen que estamos locos por amar.

Somos piezas de un orden sin sentido.
Somos balas mojadas en la brisa
del océano ambiguo de la esencia,
sentenciados, valientes, divididos...

Dicen que estamos locos, y la risa
se me escapa entre el humo de tu ausencia.

Porque los locos son ellos, amor,
los que transan con fondos de metralla,
los que imponen su voz como murallas,
los que inventan el trazo del horror.
Porque los locos son ellos, amor,
los que humillan el tacto cuando estalla,
los que se cuelgan culpas y medallas;
locos están: racionan el dolor
en sus limpios despachos de opulencia,
que acogen a los yermos corazones
del agobio, la agenda y las divisas.

No comulgues sus hostias de indecencia...
Vive al margen, amor, en estaciones
y utopías. Conmigo. Sin su prisa.

Alejandro Díaz

Posted by Alejandro Díaz at 9:38 PM | Comments (1)

4 de Diciembre del 2004

Te doy un verso como un discurso

Con motivo del debate que se ha organizado en el foro de ElOtroDiario acerca de la cultura libre -todo promovido por el artículo extenso de Antonio-, escribí este poema que aquí os dejo. Creo que todas las posturas son lícitas y respetables: tanto el que quiere forrarse con su obra, como el que no. Pero yo creo en la cultura libre en su totalidad. Creo que la cultura forma parte de las responsabilidades más importantes de un estado, y que éste debe garantizar el libre acceso a cualquier creación o manifestación cultural. Igualmente, creo que por más que se inventen denominaciones; las ideas, las creaciones y el arte nunca tendrán propietario. Sólo autor. Sé que es utópico lo que digo, pero es que yo creo en la utopía sin miedo a que me digan ingenuo o me tomen por loco. Y si así sucede, me da igual. Estas son mis ideas y yo exijo la utopía en muchas cuestiones.

Te regalo un verso
por amor al arte,
por odio al sistema.

Te regalo un verso definitivo,
flaco y criminal,
y hablo de utopías sin la impudicia
de las promociones,
sin la dictadura de las divisas.

A cada adjetivo le desembolso
el tiempo impreciso de una fracción limitada
de sacrificio inerme.

Soy gratis y libre desde mi célula
más inmediata
hasta el fin de mi orgullo.

Vivo del respeto a quien me reprende
y me da igual si soy poeta o imposible.

Te regalo un verso:
todos estos versos hipotecados,
a cambio de tu hora de deleite
o indignación.

Te regalo un verso
por si la edad me llena los bolsillos.
Así serán testigos y verdugos
del embargo de mi propia traición.

Tengo claro sólo el escepticismo
y mi derrota de alquiler,
pero cada día
barro las cenizas de la vanidad
y reniego de las víctimas del victimismo.

No se es escritor por escribir,
y aún menos, por cobrar.

Alejandro Díaz

Posted by Alejandro Díaz at 6:48 PM | Comments (0)

2 de Diciembre del 2004

Nuestralia: Siempre nos quedará el copyleft (Copyleft III)

Aquí está la última parte de mi artículo sobre el copyleft, publicado hoy (un poco tarde; pero esta vez no ha sido culpa mía, que conste).

Y en este enlace he abierto una discusión en el foro de El Otro Diario sobre el tema; me gustaría saber la opinión del respetable acerca de este asunto. Es importante que esto se discuta, que se hable y se conozca: si no hay cierto debate social alrededor de esto, encima tendrán la excusa de decir que la población está de acuerdo...

Posted by Santo at 4:03 PM | Comments (0)